Érase una vez ‘The Eras Tour’, por fin en Madrid. La gira más taquillera de la historia. Taylor Swift en el Santiago Bernabéu, en el Coliseo de Rüdiger, Vini Jr. y el Ser Superior, y con los vecinos de esta barriada de postín desquiciados por el ruido durante las horas del dormir. ¿Pero esto no es arte como que ruido? ¿Así quién levanta España? El concierto más ansiado y regurgitado de la historia de la humanidad nacional reciente por fin ha llegado. Y la artista de Pensilvania saltó al escenario con traje de luces emergiendo desde el medio del campo en un ascensor para atacar ‘Miss America & The Heartbreak Prince’ seguida de ‘Cruel Summer’, y el previsible éxtasis colectivo consiguiente de las 65.000 almas tuvo lugar. Buen inicio. Solo faltan tres horas largas más de show…
Dos conjuntos musicales en las esquinas del escenario, un pantallón que recorre el ancho de las tablas y una pasarela hasta el otro extremo del estadio prácticamente, «¡Madrid, bienvenidos al Eras Tour!», grita, y un griterío de vuelta le responde (la tónica, vamos). La artista es parlanchína a ratos, de conexión con los ‘swifties’, y tras un nuevo fuerte aplauso desveló: «Me habéis hecho sentir muy poderosa». Y luego se besó teatral el bíceps. Y entonces tocó ‘The Man’, sola, y se hizo incluso la sorprendida tras otra súper ovación. Es una actriz de un espectáculo medidísimo, incluso sacaron a un niño de prescolar al que regaló ‘espontáneamente’ su bombín tipo ‘La Naranja Mecánica’, un gesto un pelín populista que, cómo no, le funcionó.
Porque le funciona todo a la novia de América y dominátrix del pop de masas, y aquí se abre un inciso. Durante las últimas semanas una cuestión fue lanzada al plato de butacas del mundo por el sagaz Neil Tennant, de Pet Shop Boys, en una entrevista en ‘The Guardian’, y comentada por mucha más gente: «¿Dónde están las canciones famosas de Taylor Swift? ¿Cuál es su ‘Billie Jean’?». ‘Cruel Summer’, ya tocada, valdría. O ‘Shake it Off’, por supuesto. O ‘We Are Never Ever Getting Back Together’, otro gran momento del primer tercio del concierto. Sin embargo, quizá no sean ‘Billie Jean’. Pero una aventurada respuesta es decir también lo contrario, ¿no? ¿Y no le da más mérito si cabe ser la artista más escuchada del momento sin un ‘Bille Jean’? El caso es que la mayoría de canciones son muy pegajosas y no escatiman estribillo… Salvo la plasta de ‘All Too Well’, diez minutos de balada cortarrollos y uno de los pocos bajones del concierto.
Tras la era ‘Lover’ pasamos a la era ‘Fearless’, luego ‘Red’, ‘Reputación’, ‘1989’, etc. Y ese es el juego. Un set list de 45 canciones y tres horazas y media con dos temas de sorpresa y sostenido sobre una estructura de 10 bloques, que no eras, del country al dream pop, un repaso a toda su trayectoria y una mitomanía pocas veces vista. Desde 2011 no visitaba Madrid, su único concierto en España hasta ayer, en el Palacio Vistalegre, ¡donde no hizo lleno! Algo impensable hoy, en esta gira ‘The Eras Tour’, la de los 1.000 millones de dólares. «Espero que no pase tanto tiempo hasta mi próximo concierto aquí», confesó Swift a sus ‘swifties’, su masiva secta de devotos.
Por el Bernabéu había mucho mujerío, hasta disfrazado de vaquera brillibrilli, entre niñas muy felices, bailongas, muy gritonas y aspaventeras, como debe ser, y adultas con su ‘outfit’ para la ocasión, y también hombres mucho más sosos, al menos en mi radio de visión irrelevante en un concierto tan monstruoso, y el vaso de agua a 3 euros (duro), la cerveza a 5 (menos que en el Tomavistas) y las camisetas oficiales a 45 machacantes. Y unas pulseras luminosas en nuestras muñecas que creaban un juego de luces constante precioso en el graderío de este imponente nuevo estadio.
Swift fue la artista más escuchada del mundo en 2023 con 26.000 millones de reproducciones en Spotify (en España, la quinta, detrás de Karol G, Shakira, Rosalía y Aitana). Y en agosto se convirtió en la primera artista femenina en la historia en alcanzar los 100 millones de oyentes mensuales. ¿Pero sabrían cantar una canción de Taylor Swift?, venía a decir casi Tennant con su habitual mordiente. Y aquí otra de las claves de la ‘swiftmanía’, esa legión de ‘swifties’ llegados de todo el mundo esta noche a Madrid, para comprender que igual esta artista tiene mayor relevancia por las letras que por la música, más genérica. Verbigracia un par de frases amargas del último disco: «Estoy tan deprimida que actúo como si fuera mi cumpleaños todos los días». O: «Todas mis mañanas son lunes atrapados en un febrero interminable». La diva se desgarra ante sus fans, y ellos la arropan porque canta a sus propios desgarros. Ahí está la clave. O quizá otra, según un delirante artículo visto en Twitter: ‘Exclusiva mundial: las canciones de Taylor Swift están pensadas para dañar al sistema límbico del cerebro’. Toma ya.
Y de los desgarros a la reinvención, llegó la era ‘Reputation’. ‘¿Que soy mala persona, Kim Kardashian?’. Porque la influencer intentó derribarla con una filtración malintencionada de conversaciones suyas con el rapero Kanye West, entonces su pareja, y Swift dijo sí al reto traidor. Y una serpiente recorrió el pantallón, y salió con un vestido negro con escamas también rojas y siempre con brillantina, su lado salvaje, malote y sexy (aunque suele ser la norma esto último en ella). La idea del plan de las eras es representar todos los estados vitales del ser humano para que te encuentres identificado con alguno o varios de ellos. Taylor Swift contiene multitudes, lo quiere todo. Omnímodo bisnes.
Digan lo que digan, el sonido fue aceptable dada la magnitud del consorcio. Y vozarrón de la cantante de 34 años, y la escenografía (sacó una cabaña entera y un piano cubierto de musgo en la era de ‘Folclore / Evermore’, por citar algo y dejarme mil), y la banda perfecta, los bailarines, las coreografías, luces, vestuarios mil, los visuales impresionantes (apabullantes incluso, por ejemplo, en ‘Look What You Made Me Do’), la realización, los fuegotes, las plataformas móviles, las desapariciones en el escenario e incluso ‘natación’… y una ‘popstar’ sin par hoy en el globo dándolo todo en su mejor momento bajo el sentido del espectáculo yankee en su máxima expresión. Desde hits hasta canciones intimistas, y Swift derrochando desenvoltura y poderío vocal. Y, sin embargo, hay algo genérico, cursi y pijo aunque excitante, y si no que se lo digan a su secta que se lo canta todo a un precio de 85 a 500 euros las entradas. Y algunas con una visión «parcialmente obstruida» a 70 con gastos de gestión. Y de repente una ovación espontánea de dos largos minutos que dejó a la cantautora desarmada por nuestro inmenso amor a ella. ¿O la convocó como en cada concierto de este ‘The Eras Tour’?
Con ‘Willow’ llegaron los primeros desfondes y bostezos pero nada que ‘Style’, el inicio de la era ‘1989’, no pueda trocar, vestida ahora con minifalda y ombligo aire. O ‘Blank Space’, con unos ciclistas de neón azul en homenaje a Bicimad, dijo alguien entre el público con gracia. Y ‘Shake it Off’, en donde la gente se volvió un puntito aún más de efervescente si cabe, y bailó ya todo el mundo incluyendo los descreídos. Llegarían luego los temas de ‘The Tortured Poets Department’, su último disco, destacando ‘I Can Do It With a Broken Heart’, después vendría el set acústico sorpresa y en solitario a la guitarra con ‘Sparks Fly’ y al piano con ‘I look in People’s Windows’, y finalizó con la era ‘Midnights’, petándolo elegante y sensualmente con ‘Vigilante Shit’. Aunque más bien lo petó en general.
En puridad, un ‘tour de force’ que no se hace infernal dada su largura por el ingente número de sorpresas y un desmentido al por mayor a qué Taylor Swift no tenga hits mundiales. Que igual no son innovadores ni tan memorables y hasta planos, pero ahí están y a nadie se canta más en el mundo entero, que no es poco dato. Un espectáculo grandiosamente mainstream hecho con gusto. Para quien le vayan estás cosas, nadie da más. Aún queda un Bernabéu.
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