Pasan cinco minutos de las once de la noche y Roberto Iniesta, el Robe, aúlla a la luna que ahora siente el cuerpo. «Ahora es el momento», brama. Electricidad a borbotones, sonido colosal y riffs de guitarra tallados con una radial. A sus pies, las 23.800 personas que abarrotan la explanada del Forum, casi el doble que las que asistieron a su concierto de 2022 en el mismo recinto, asienten. Le dan la razón. Cómo no hacerlo. «Ojalá me muera de repente, ahora / fruto de esta alegre sobredosis que me da al tenerte justo enfrente ahora / y ya no necesito nada más», vocea el extremeño. Sólo que de morirse nada. Si acaso lo contrario.
Porque con Extremodurofuera de juego, el que fuera su líder ha renacido con asombroso ímpetu. Con vigor de turbina nuclear y extraordinaria plenitud expresiva. «No puedo caer más bajo / Que vengo del fracaso / Y acaso ser solo un superviviente», cantará, inflamado y pletórico, poco antes de coronar con la reciente ‘Nada que perder’ otro concierto arrebatado y triunfal.
Tres horas largas de rock visceral, romanticismo vehemente y lucha de gigantes contra todos sus fantasmas. «Tal vez, si pudiera hablarte / De si fuera cierto / Que el poder del arte / Bien nos pudiera salvar / De una vida inerte / De una vida triste / De una mala muerte», que resume entre esquirlas metálicas en ‘El poder del arte’.
Decía Robe hora antes de subir al escenario que el concierto ideal, ese en el que las canciones cobran verdadero sentido, es el que mezcla lo que el público desea oír y lo que al músico le pide el cuerpo. En este sentido, la gira ‘Ni santos ni inocentes’ es ejemplar: su último disco en solitario, el hercúleo y arrollador ‘Se nos lleva el aire’, suena prácticamente al completo (nueve de diez),y las canciones de Extremoduro no son ya el reclamo principal, sino un apreciable complemento. Llamativo es que el público joven, sorprendentemente numeroso en el Fòrum, parezca sintonizar mejor con ‘Haz que tiemble el suelo’, ‘El hombre pájaro’ y ‘Mierda de filosofía’ que con ‘Coda flamenca’.
El diálogo, en cualquier caso, es constante y fluido. Del éxtasis de violines y «canciones sin final» de ‘Interludio’ al cataclismo eléctrico de ‘Dulce introducción al caos’. De esa ‘Nana cruel’ dedicada «a los menores que viven en zona de conflicto, especialmente en Gaza» a las tripas hechas corazón y puño en alto de ‘Golfa’. «Soy un guerrero pacífico que llama a liberar las batallas de puertas adentro», dice Robe justo antes de ‘Guerrero’. Y ahí está, en plena lucha, escoltado por una banda granítica pero lo suficientemente versátil como para incorporar pinceladas de Hammond y quejidos de saxofón. Un volcán en erupción, sí, pero con matices. Y barra libre de solos de guitarra.
El primer acto, supuestamente el más reposado, deja sacudidas notables como ‘Puntos suspensivos’, el épico crescendo de ‘El poder del arte’ o una aparatosa y despendolada versión en catalán de ‘La sequia’ de Albert Pla. «Conocí a un tipo que me enseñó a saborear el catalán. Y en catalán todo sabe rico», asegura.
Una pausa de veinte minutos y vuelta a las andadas. Robe a chorro, haciendo temblar el suelo y evocando con ‘Prometeo’ el impacto de ‘Agila’ hace casi tres décadas. Poderío incuestionable pero intensidad variable, con parones demasiado largos entre canción y canción. «Cada cual es Ulises en busca de sí mismo», filosofa justo antes de exprimir ‘Viajando por el interior’. «Juré no perder nunca la cabeza / no lo he cumplido», canta.
A esas alturas, sin embargo, pocas cabezas quedan ya en su sitio. El violín se ensaña con la melodía y la electricidad es una bola de demolición. Los coros eufóricos del Fòrum, todos a una, celebran con ‘Salir’ «el rollo de siempre». Impulso en el pasado para aterrizar en el futuro y descorchar ‘Nada que perder’ como si fuera un himno acorazado de toda la vida y no una canción de antes de ayer. Ahora, sin duda, es el momento. Y menudo momento.
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