Con el título de ‘Quiero que nos volvamos a ver por ultima vez’, la gira de despedida de Rayden está recorriendo toda España y buena parte de Latinoamérica para que todos sus fans puedan decirle adiós a lo grande. Este sábado le toca a Madrid, con una gran actuación en el Wizink Center donde sonarán todos sus hits y también lo mejor de su canto de cisne discográfico, ‘La Victoria Imposible’, donde colaboran Carlos Tarque, Dani Fernández, Nanpa Básico, Covi Quintana, Travis Birds o Álvaro De Luna. «Estarán todo ellos… y más», anuncia el rapero.
¿Grabó su disco sabiendo que sería el último?
Pues mitad y mitad. Curiosamente, la parte del disco que más da el cante en ese sentido, es la que hice sin saber que era el último. Se ve que el subconsciente estaba ahí haciendo de las suyas.
¿La vida es una serie de victorias imposibles, por inconclusas?
Sí. La más imposible es saber ganar en el mundo de la música, que es muy difícil.
¿Y cómo se gana en la música?
Saliendo de ella cuando has dicho todo, cuando puedes cantar victoria, cuando puedes decir que ya has dicho todo lo que querías decir.
¿Se ha enfrentado a ese pequeño abismo que es pensar en el día después de la retirada?
En realidad no. Todo el mundo me dice que por qué lo dejo, y lo veo como una forma de no querer aceptar mi adiós, pero a la vez, darme su agradecimiento.
Su novia ha colaborado en el disco.
Es su primera colaboración, ¡y la última! (risas). Tenía una posible colaboradora que canta boleros, pero cuando terminé la letra sólo tenía tenía sentido que la cantara mi novia. Me parecía que iba a quedar impostado que la cantara cualquier otra persona, pero me lo puso bastante difícil (risas). Otra victoria imposible ha sido esta, que al final colaborase cantando en mi último disco.
Ella también es artista. Lo de dos egos no caben en una misma casa, ¿es cierto?
Pues en realidad, como ninguno de los dos tenemos ego, estamos todo el rato aplaudiéndonos. Hay admiración mutua, y así es muy bonito compartir techo y lista de la compra.
¿Cree que tendrá síndrome de abstinencia de masas enfervorecidas?
No, no… He de reconocer que cuando empecé en la música, y empecé a sentirme valorado, me tiraba mucho. Cuando creces sin mucho afecto te enganchas a la teta mala que es el escenario y los aplausos. Pero ahora que estoy trabajado, ya no. Es muy bonito vivir esto, esta gira de despedida que termina en agosto del próximo año, y ahora a atesorar recuerdos.
¿Tuvo poco afecto en la infancia?
Sí, sí… No tenía mucha atención en casa. Todos los niños y niñas nacen con un arma mata-dioses o mata-demonios, y cuando se rompe la visión de los padres como unos dioses, puedes rescatar a la persona. Pero si no admiras a esa persona, pues nada, con cordialidad y cariño, te alejas. No tener afecto me permitió engancharme al arte, a crear universos donde podía hacer y deshacer a mi antojo, donde poder sentirme en casa.
¿En la gira habrá visuales que recorran su carrera?
No, porque no quiero ponerme lacrimógeno. Sería muy pomposo. Jugar tanto con la épica… no sé. Toda mi carrera ha sido un triunfo de la normalidad, incluso para decir adiós.
¿Cómo es la cronología de la decisión de dejar la música? ¿O es un ‘¡chas!’?
Es una voz que va tomando forma dentro de ti poco a poco. Al principio es como que la evitas. Pero cuando le miras a la cara, empiezas a sentir calma, a escucharla, y notas que sigue calmándote, y calmándote. Empieza a cristalizar, empiezas a ver que es algo sólido, y empiezas a dar pasos: comentarlo a tu gente más cercana, a tu pareja, tu banda, tu oficina, tu discográfica, tu hijo, los medios… Y si después de todo eso sientes calma, entiendes que has seguido tu intuición y que has hecho bien. No es como esos grupos que dicen «lo dejo» para vender entradas y luego aparecen en solitario. Ni como esos grupos que anuncian su retirada y hacen una gira de despedida de teatros, otra de estadios, otra acústica, otra sinfónica (risas). Me encanta hacer el paralelismo de esto con la gente mayor que cada día que pasa celebra estar muriéndose un poco cada día, y que su sueño húmedo es morirse y poder ver por un agujero cómo los demás lloran en su entierro, para luego reaparecer como diciendo «tranquilos que aquí no ha pasado nada». Yo no quiero arrastrar el muerto.
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