Deca Mximo Huerta anoche en El Hormiguero, donde acudi junto a Albert Espinosa para presentar la segunda temporada de El camino a casa, que «lo que queda de m es lo que se salv de ese nio». Frase dura donde las haya, pero despus de ver el primer episodio de la nueva temporada de El camino a casa todo cobra sentido, duele y reconcilia, tambin reconcilia.
Las lgrimas de Mximo Huerta en El Hormiguero auguraban que el programa de Albert Espinosa, producido por Pablo Motos y Jorge Salvador, iba a ser duro de verdad. Cierto que El camino a casa ya demostr en su temporada pasada que abre unas puertas que por norma general todos solemos cerrar. Las puertas de los recuerdos dolorosos de la infancia. El camino a casa es un viaje en el tiempo y, si los viajes en el tiempo existieran, y todos pudiramos volver a ese camino a casa que hacamos de pequeos cuando salamos del cole, todos encontraramos alegra, inocencia, pureza, felicidad, pero tambin dolor y, en muchos casos, oscuridad.
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Lo que nadie esperaba, aunque Albert Espinosa ya haba avisado hace das de que el primer captulo de El camino a casa vena fuerte, es la catarsis que iba a suponer para Mximo Huerta enfrentarse cara a cara no solo con ese camino a casa sino con una infancia de dolor, de miedo, de violencia, que le llev a convertirse en un adulto donde el perdn fue su mayor aprendizaje.
Hubo una frase durante el programa despus de que Albert Espinosa le mostrara imgenes de l de pequeo rescatadas del Sper 8 que describe a la perfeccin lo que ha significado para Mximo Huerta haber participado en El camino a casa: «Me haba olvidado que fui feliz». En esas imgenes se ve a Mximo Huerta en la playa, se ve a la madre de Mximo Huerta, ahora sumida en el olvido del Alzheimer, riendo, disfrutando, siendo feliz. A Mximo Huerta se le haba olvidado su felicidad y la de su madre porque los recuerdos de terror, de miedo, de tener que quedarse en casa en su niez y adolescencia para ser el salvoconducto de su madre, lo haban ocupado todo. «Ah parece feliz… Mi madre siempre deca que lo que ocurriera en casa no se viera fuera, pero ah la veo feliz».
La promesa que incumpli Mximo Huerta
Mximo Huerta se haba prometido que, aunque participase en El camino a casa, no iba a expresar ni mostrar aquello que su madre deca que se tena que quedar de puertas hacia dentro. Desde fuera es fcil prometrselo, pero cuando ests ah… Nada ms cruzar la puerta del colegio donde estudi, a Mximo Huerta se le empez a remover a todo, mucho ms que solo las tripas. Vio el gimnasio, al que recordaba con horror, y record cmo decidi apartarse cuando siempre era el nio al que nadie elega para jugar al ftbol. «Nadie me coga para jugar al ftbol y hubo un momento que dije: ‘bueno, si no me cogen, descrtate t’. Y eso implica dejar de participar».
Para Mximo Huerta haba profesores y maestros. Estaban los «malos profesores» que le castigaban contra la pared de rodillas sosteniendo una silla en su cabeza, y estaba don Melchor, su maestro. Para el escritor valenciano, don Melchor, con el que se reencontr en su clase, fue mucho ms que un maestro, aunque l nunca lo supo. Fue la figura masculina positiva, el padre que le enseaba, el mentor, el ejemplo que en su casa no tena. Ah todava Mximo Huerta se aferraba a esa promesa que se haba hecho de no remover demasiado el pasado por lo que pudiera salir de l.
Sin embargo, se empezaba a ver que la infancia del ex ministro fue la infancia que ningn nio debera merecer. l se agarraba a los libros, a los cmics de Pipi Cazaslargas, a los barquitos de papel que tiraba en las acequias de los huertos de Buol cuando regresaba a casa, a sus cuadros, a aquel cuadro que pint a su abuela con todo el amor de un nieto, el nieto pequeo, y que fue sustituido sin mediar palabra por el cuadro de otra nieta, «ms bonito, mejor». «Fue una de mis primeras frustraciones».
Y el camino sigui por la plaza donde su madre lavaba la ropa, por el muro donde se sentaba a comer pipas y «a fichar», por el reencuentro con sus amigas, por los buenos recuerdos, los felices, los pocos que daban luz a la oscuridad. Porque Mximo Huerta lleg a tener incluso miedo del sonido de unas llaves al abrir la puerta de su casa, del sonido de unos pasos, de las voces, de las graves palabras, de… de su padre. Fue Albert Espinosa el que quiso que Mximo Huerta rompiera esa promesa de no destapar lo malo de su infancia ni nombrar demasiado a su padre. Bajando las escaleras de aquella plaza, le pidi a Mximo Huerta que le hablara de su padre. Durante los ocho minutos siguientes a esa peticin, la oscuridad invadi El camino a casa, pero fue Mximo Huerta, su capacidad para perdonar, su desahogo, su catarsis lo que apart un llanto que era irremediable. Porque como dice Albert Espinosa, recordar lo malo tambin es bonito.
«Solo el sonido de las llaves ya era miedo»
«Mi padre marc mi vida. Era muy rgido, violento y me acostumbr. Cuando dije antes que sala poco era porque prefera quedarme en casa vigilando a mi madre. Yo era el seguro de vida de mi madre. No s qu pasaba cuando yo me iba. Me acostumbr a la incomodidad. Soy hijo de una familia que no se quiso. Con una mirada de mi padre ya haba miedo. Mi madre deca: ‘cundo se morir t padre’, porque eso significaba su libertad y la ma. Vivimos as toda la vida. Nos pillaba viendo el 1, 2, 3 y cuando se escuchaban las llaves la vida cambiaba. Solo el sonido de las llaves ya era el miedo. Yo conozco el miedo, y lo que es peor, me acostumbr de nio al miedo. S a lo que sabe». Duro, muy duro.
Fue entonces cuando Mximo Huerta reconoci que ya no hay rencor: «Hay dolor, pero no rencor». Y cont que a su madre su padre le prohiba pintarse las uas y vestirse de rojo, que le prohiba coger las cosas… El miedo. «Hace poco colgu una foto de las manos de mi madre con las uas pintadas de rojo. Se las pint cuando ya tena Alzheimer, y lo hice como un acto de venganza al pasado», reconoci entre lgrimas.
Y fue entonces cuando Albert Espinosa sac de uno de sus bolsillos un pequeo pauelo y se lo dio a Mximo Huerta para que lo oliera. En l estaba el aroma de su padre. En l estaba todo ese miedo, todo ese dolor, todos esos recuerdos que marcaron su infancia. Mximo Huerta se rompi en mil pedazos, los que lo estbamos viendo, tambin. «No puedo justificar nada de lo que hizo, pero era mi padre», dijo con la voz entrecortada. «l se fue en paz y yo tambin», reconoci con un hilo de voz y agarrando con todas sus fuerzas aquel pequeo pauelo. «Cuando ya estaba muy mayor, mi padre no poda subir escaleras y no tena casi fuerza. Un da le dije: ‘con toda la fuerza que tenas…’ Y l me contest: ‘lo siento’. Y fue un lo siento que lo dijo por todo lo que nos haba hecho (…) Ahora mi padre est en las cervezas que me tom cuando me siento en un bar».
El padre de Mximo Huerta era camionero en una cementera cercana a Buol, viajaba mucho y fue en una nochevieja cuando Mximo Huerta era muy pequeo cuando sufri un accidente con el camin que cambi todo. «A partir del accidente mi padre cambi, nunca fue el mismo». Nunca, desde que ocurriera, nadie explic a Mximo Huerta qu haba sucedido.
En su casa no se hablaba del accidente, solo saba que pas porque su padre estuvo mucho tiempo ingresado y despus le quedaron muchas secuelas. «Cuando estornudaba le salan cristales de la nariz», cont anoche en El Hormiguero, minutos antes del inicio de El camino a casa. Albert Espinosa le descubri lo que realmente pas reencontrndolo con una de las personas que estuvieron en el accidente. Otra puerta que se abri para cerrarla ya para siempre.
Pero quedaba la ltima, la peor de todas las puertas, la de la vuelta a la casa de su infancia, a la casa donde el sonido de las llaves daba miedo. «Te voy a dar una matrcula de honor porque cuando creces con dolor no convertirlo en rencor como has hecho t es de ser un hroe», le dijo en el portal de aquella casa Albert Espinosa. Y entonces sac las llaves, le invit a subir, a entrar, a abrir esa casa y a cerrar ese dolor, aunque Mximo Huerta sabe que nunca se cerrar. Entr, record, pero fue incapaz de llegar hasta la habitacin de sus padres: «Ah no puedo entrar». El dolor.
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