Fue, como dijo en estas páginas Israel Viana, el ‘fontanero’ del punk y el hardcore, el gran emblema del rock alternativo cuando la palabra aún significaba algo. El hombre al que los grupos acudían cuando querían sonar fieros e intimidantes. Cuando buscaban en los Electrical Audio de Chicago lo que no encontraban en ningún otro lugar. Dentelladas de distorsión. Guitarras como sierras dentadas. Baterías como yunques.
Y, de pronto, los Pixies encerrados en un lavabo minúsculo para que ‘Where is My Mind?’ sonase exactamente cómo suena.
Años después, cuando Kurt Cobain decidió que su último disco, el testamento de Nirvana, sería esa peineta correosa y mellada llamada ‘In Utero’, fue a él a quien acudió. A Steve Albini. El tipo que había estrenado los ochenta electrocutando el hardcore con Big Black y acabó convirtiendo su estudio de grabación en lo más parecido a la Meca de la música independiente y underground. Un centro de peregrinación por el que pasaron, cojan aire, PJ Harvey, Pixies, Jawbreaker, Manic Street Preachers, Mogwai , Fugazi, The Breeders, The Jesus Lizard, Superchunk, Joanna Newsom, Slint… Y así hasta sumar los más de 2.000 discos, incluidos algunos de bandas de aquí como La Habitación Roja y 12Twelve, que pasaron por sus manos en busca del ‘sello Albini’.
Una terapia de choque sólo comparable a la noticia de su inesperada muerte, este miércoles, a los 61 años. Según ha podido confirmado la revista ‘Pitchfork’, el legendario productor habría fallecido de un infarto. En pocos días, apenas un par de semanas, se le esperaba en Barcelona, donde Shellac, power trío por excelencia y salvajes del punk con los que Albini mantenía engrasada su mala uva, se había convertido en la única constante en el siempre cambiante cartel del Primavera Sound. En esta ocasión, además, la banda que completan Todd Trainer y Bob Weston venía a presentar ‘To All Trains’, su primer disco en más de diez años.
Intensidad y asfixia
Músico, icono underground, periodista primerizo, adalid de la autogestión, firme defensor de la ética de punk y jugador de póker profesional, Albini nació en California en 1962, creció en Missoula y estudió periodismo en Chicago, donde también recibió sus primeras descargas, las primeras revelaciones: Hüsker Dü y The Replacements en doble cartel, Naked Raygun y The Effigies en el atropello punk. Más tarde aborrecería ‘Let It Be’ y abjuraría de algunos de sus primeros héroes, pero de ahí nació, en parte, Big Black, monolito post-punk con guitarras furiosas y caja de ritmos que sentó las bases de lo que sería el sello de identidad de Albini: intensidad, asfixia y letras salpicadas de temas incómodos como el racismo, la misoginia o el abuso de menores. Con ‘Songs About Fucking’ tocaron techo, se desintegraron y Albini puso en marcha Rapeman primero y Shellac después. Estos últimos, implacables, dejan grandes hitos del punk ruidoso y acerado como ‘At Action Park’, ‘1000 Hurts’
En paralelo a su desarrollo artístico, el Albini ingeniero de sonido (siempre rechazó referirse a sí mismo como productor, no digamos ya productor estrella de la escuela Rick Rubin; el ingeniero, decía, debía resolver problemas relacionados con la grabación y no amenazar el control de la banda sobre su propia música) empezaba a abrirse camino y a dejar huella. Su secreto, además de un sonido agresivo y violento, era la accesibilidad: durante años ha cobrado una tarifa plana, la misma para todo el mundo, y ha rechazado cualquier porcentaje sobre las ventas del disco grabado.
«Siempre me esfuerzo mucho para no tener que decir que ‘no’ a una banda. Solo lo hago en los casos extremos en los que, por ejemplo, la banda tiene que grabar un disco en un periodo concreto de tiempo y el estudio no está disponible. O cuando un grupo quiere algo que está fuera de mis habilidades y creo que voy a hacer un mal trabajo», explicaba el propio Albini en una entrevista con ABC.
Fiel a esta filosofía, fueron pasando por sus manos algunos de los discos más importantes del indie de los ochenta y los noventa: ‘Surfer Rosa’, de Pixies; ‘Rid On Me’, de PJ Harvey; ‘No Pocky For Kitty’, de Superchunk; ‘Things We Lost in the Fire’, de Low; ‘In Utero’, de Nirvana… Para la historia queda la carta que envió al trío de Seattle antes de empezar a trabajar en el disco: «Si van a ser indulgentes con la discográfica, dejando que molesten con rehacer las canciones o la producción o llamando a sicarios para que edulcoren su disco, será un fastidio del que no quiero formar parte. Solo quiero trabajar en álbumes que reflejen legítimamente la percepción que la banda tiene de su música (…). Me gustaría que me pagaran como a un fontanero: hago mi trabajo y abonan lo que vale».
Y si había que viajar a Abbey Road para grabar a Jimmy Page y Robert Plant en ‘Walking into Clarksdale’, para allá que se iba Albini a hacer lo suyo y, de paso, multiplicar su prestigio como mago de la mesa de mezclas. «La parte de grabación es la que me importa: estoy haciendo un documento que registra una parte de nuestra cultura, el trabajo de toda la vida de los músicos que me contratan. Me tomo esa parte muy en serio. Quiero que la música nos sobreviva a todos», le contó el año pasado a Jeremy Gordon, periodista de ‘The Guardian’ que, en un extenso perfil, recordaba la (merecida) fama de bocazas de Albini y rescataba una declaraciones de Elvis Costello en las que venía a decir que ‘Rid On Me’, de PJ Harvey, sonaba como el culo. «Ese tipo no sabe nada sobre producción», añadió Costello.
Y, sin embargo, el teléfono nunca dejó de sonar. Al otro lado, The Stooges, Sunn O))), Jarvis Cocker, Dirty Three, The Wedding Present, Songs: Ohia, Jon Spencer Blues Explosion, Godspeed You! Black Emperor, Mogwai… Buena parte de la historia del rock de finales del siglo XX y principios del XXI. Y, en la pecera, Steve Albini apretándoles las tuercas a todos ellos.
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