No le gustan las etiquetas, pero Matt Dillon (New Rochelle, Nueva York, 1964) parece un actor de otra época. «La edad es solo un número, no siento que tenga 60 años», dice en una entrevista con ABC. El intérprete vive en color pero habla como si estuviera en blanco y negro, con su voz quebrada, como si el tiempo no contara. Como si lo de Hollywood fuera una ocurrencia espontánea y no su vida entera. En Madrid porque protagoniza ‘Isla perdida’ , la última película de Fernando Trueba, su «amigo» desde hace años y con el que comparte la pasión por el cine y la música cubana, entrecierra los ojos y acaricia los dedos cuando recuerda, como si la memoria fuera un chasquido que aparece a su antojo y no la niebla inasible del pasado. «Soy un actor y quiero asumir riesgos», cuenta a ABC desde un céntrico hotel. Ya lo decía su primer director, Jonathan Kaplan, que se burlaba de su intensidad, de ese «querer hacer todo de verdad», y lo comparaba con Brando. «Todavía no había estudiado interpretación, y si tenía que romper una ventana, quería romper una ventana. Entonces me decía: ‘Marlon, cierra ya la puta boca’», bromea. Era 1979 y tenía 15 años. Luego, como si no estuviera ya escrito, se metió a actor de método y estudió en el Instituto Lee Strasberg.El actor confiesa que su «educación fueron las películas de Marlon Brando, James Dean y Montgomery Clift» porque cambiaron el cine al contar «las historias desde dentro», pero acto seguido reconoce que fue Francis Ford Coppola quien le «ayudó a ver las cosas de una forma determinada». El intérprete, humilde, no se pone medallas, pero de vez en cuando, entre risa y risa, se permite un alarde: «No es una coincidencia que mis mejores películas sean de grandes cineastas». Gus Van Sant, Lars von Trier… y ahora Trueba. «Cuando me habló de ‘Isla perdida’ me recordó a una película clásica; pude verla en mi cabeza, lo veía imaginándola, con ese suspense romántico, con el giro a lo Hitchcock… Fernando es un director con una voz real, diferente, esa es la razón por la que quería trabajar con él», admite. Cuando puede, Matt Dillon vuelve a Brando. «No fue un héroe para mí pero siempre ha estado conmigo de algún modo, ha tenido gran influencia en mi trabajo. Cambió la manera de ver al hombre americano. No era John Wayne, era alguien que trabajaba desde la vulnerabilidad», concede. Pasado y presente de su carrera, el Vito Corleone de ‘El padrino’ ha vuelto a cruzarse en su camino por la película ‘Maria’, que presentó en la última edición del festival de Cannes y donde se atreve a meterse en la piel de Marlon Brando para devolverle a Maria Schneider algo del honor perdido en la polémica escena de la violación a la que la sometieron el actor y Bernardo Bertolucci en ‘El último tango en París’. «Fue una mala idea, la engañaron y traumatizaron. Puedo sentir empatía por Maria porque sé cómo es esto. Empecé muy joven en Hollywood, sé lo que es sentirse marginado y cosificado», explica. Icono adolescenteY es cierto. En 1983, Matt Dillon, junto a Patrick Swayze, Rob Lowe, Tom Cruise, Emilio Estévez o Ralph Macchio, se convirtió en un icono adolescente con la película ‘Rebeldes’, un drama sobre bandas callejeras que dirigió Coppola. «Nunca me he considerado el James Dean de una generación», reconoce el actor, que volvió a poner de moda la chupa de cuero y el tupé y se cargó para siempre el sambenito de chico malo. «Estoy en contra de las etiquetas, siempre he sido muy serio con mi trabajo», considera, y añade: «Todos los actores tienen miedo a encasillarse pero, inevitablemente, terminan encasillados en algún momento». Ya se sabe, los grandes actores consiguen ser siempre ellos mismos, da igual la película que hagan. Y Dillon probó hasta con comedia, en ‘Algo pasa con Mary’.Noticia Relacionada video-noticia No «Isla perdida», una historia de romance y suspense protagonizada por Matt Dillon y Aida Folch EFE Madrid, 19 jul (EFE).- «Isla perdida» (‘Haunted heart’) es el título del nuevo film de Fernando true…Y vuelve a James Dean. No lo conoció, dice, pero sí Dennis Hopper, con quien trabajó en otra película de Francis Ford Coppola, ‘La ley de la calle’. «Dennis me contó que era la persona más talentosa que había conocido. Me parece un gran actor, muy interesante. Se murió tan joven… pero todo lo que hizo fue perfecto. Quién sabe lo que hubiera sido de él si no se hubiera ido tan pronto». Por algún motivo, hablar del protagonista de ‘Rebelde sin causa’ le recuerda a una película que le recomendó Fernando Trueba y le encantó, aunque no recuerda el nombre. «Var…», titubea. «Ay, cómo se llama. Fernando me dijo que era una de las mejores películas que iba a ver. Una película antigua, en blanco y negro, sobre un ejecutor… de un gran director español, cómo es, Vardu…». ‘El Verdugo’, de Luis García Berlanga. «Oh, sí, gran película, grandes interpretaciones, gran historia, divertida, triste, loca. Fantástica», suelta al fin, satisfecho.Matt Dillon se remueve en la silla mientras habla y agita todo el rato sus manos. Si no fuera una entrevista, cualquiera pensaría que está frente a una cámara o sobre las tablas, actuando. Si los grandes actores siempre son ellos mismos, debe pasar algo parecido con las estrellas, aunque Matt Dillon sea una atípica, que baja la mirada cuando no quiere hablar de algo, como la edad, y reniega de lo que otros persiguen, como la fama. «Siempre he luchado contra la fama. Nunca me ha gustado la fama, tampoco que me comparen con otras personas. Tiene cosas buenas, claro, como cuando te dan una mesa en un restaurante, pero… El anonimato es un lujo que la gente da por hecho. Es bueno no ser famoso», confiesa. Y quizás sea ese el motivo por el que el actor, que también es pintor y sabe tocar congas, se ha decidido a probar lo que es estar al otro lado y ya ha hecho su debut como director, con la película ‘La ciudad de los fantasmas’ y con un documental dedicado al músico cubano Francisco Fellove. Será la edad, que hace a uno más sabio aunque le dé apuro ahondar en ello. «Cuando cumplí 40 me sentí más como con 60, pero no quiero entrar en eso. Me gusta centrarme más en lo creativo…», cuenta. Y se para. Empieza una frase y vuelve a detenerse. Y otra vez. Y otra más. Hasta que retoma de carrerilla: «Intento luchar contra mis miedos. La vida es bastante buena, así que intento no pensar en lo malo. Nuestros pensamientos son el problema, eso sí que me asusta. Creo que cuando nos hacemos viejos empezamos a ser capaces de entender lo que queremos, quiénes somos». Y eso aterra.
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