Tiene Leonardo Sbaraglia esa edad indeterminada que le hace estar siempre en el punto medio entre su ayer más lejano y su presente inmediato. Por eso parece que siempre estuvo aquí, en nuestras pantallas, mostrando sus ojos asediados por las arrugas del que ríe con toda la cara y una fragilidad ante la que solo los grandes actores saben imponerse a la cámara. Pero en realidad, hace años que no está aquí, en «su» Madrid. Regresó a Argentina como vino en 2001, en plena crisis del Corralito:sin hacer ruido y sin dejar de trabajar. Desde su «departamento» en Buenos Aires charla animosamente con ABCsobre el estar «acá y allá», sobre el momento de la industria argentina y española y como, a sus 53 años, mantiene el espíritu del actor que nunca deja de buscarse. Lo hace con motivo del estreno de ‘Puan’, película en la que da vida a un filósofo que triunfa en Europa y regresa a casa para disputar la cátedra a otro profesor que lleva toda la vida dando clases allí. No se asusten, es una comedia donde lo trascendental se cuela entre situaciones absurdas.—¿Hay algo autobiográfico en ese regresar a la patria como una estrella y ver cómo los que se quedaron lo miran con recelos?—La historia de mi personaje y la mía son muy diferentes porque yo volví a la Argentina, diría, en años contrarios, pero bueno, hay cosas en común, porque haber vivido prácticamente 10 años en España te cambia la perspectiva y la percepción en relación al propio país. Cuando uno viaja puede tomar a la distancia, y sí que no cambias mucho tu manera de pensar, pero sí puedes aceptar otras más. De pronto hay otros espacios, otros territorios, otras maneras de pensar que te ayudan a relativizar. —¿Como cuáles? ¿En qué piensa? —En su momento sí lo pensaba mucho. En relación al cine, por ejemplo, el argentino labura mucho en equipo; en España esto lo he visto menos, allí es más jerárquico. Esa perspectiva que te comentaba te permite ver lo que ocurre en una sociedad y lo que ocurre en la otra. Nosotros, obviamente, somos más rebuscados, más de hablar mucho y darle mucho a la cabeza. Y el español es más directo, al pan pan y al vino vino. —Milei acaba de cumplir 100 días en la Casa Rosada, eso también da perspectiva de lo que ha hecho. Además, ‘Puan’ tiene un aire muy contestatario, aunque se rodó mucho antes de que llegara al poder. ¿Cómo lo ha vivido?—Cuando rodábamos, decíamos uff, qué borde, qué perturbador, qué distopía. Y sin embargo, lo que está pasando hoy ya ha sobrepasado a ‘Puan’. Tenemos un presidente que asumió el cargo diciendo que iba a terminar con la educación pública, con todo el cine que se forjó en los últimos 15 años. Y bueno, la gente lo votó. No le puedo decir nada porque la gente votó. No engañó a nadie… Yo no estoy de acuerdo con lo que está haciendo, pero hay una gran parte de la sociedad que evidentemente sí lo está. Entonces, lo que hay que revisar son otras cosas, ¿no? Creo que el kirchnerismo tiene que hacer una gran autocrítica, por supuesto, y la clase política también. —¿Cómo ve la relación actual entre el cine argentino y el español? —Creo que el país con el cual más produce Argentina es con España. Hay una especie de cariño, de respeto y de acogida que se le ha dado a cineastas, actores y actrices argentinos. Yo me he sentido absolutamente bienvenido y acogido por vuestro país a tal punto que yo lo siento mi casa también. O sea, yo voy a España y me siento en casa, sobre todo en Madrid, tengo hermanos allí. —De su etapa aquí a su regreso a Argentina… Nunca ha dejado de trabajar. ¿Es más difícil surfear la ola de la popularidad o gestionar las etapas en las que no le llaman para ofrecerle trabajo?—Eso último me pasó en los primeros diez años de trabajo, que es cuando uno también está encontrando la propia identidad, el propio camino. Tuve la suerte de empezar muy joven, a los 15 años, porque mi primera película es del año 1986 [se queda un rato pensando…] casi 37 años ya en la profesión. Es una locura, y sin haber dejado de trabajar nunca, sobre todo desde el 2000 a esta parte… —¿Cómo se lleva con la popularidad?—Soy agradecido porque gracias a eso tengo el trabajo que tengo, que me encanta. Ahora puedo decidir los trabajos que hago, los voy haciendo porque me gustan, y estoy orgulloso de un 80% o 90% de las cosas que hice. De lo que sí estoy orgulloso es del empeño y la pasión que le puse, y eso a mí me ha generado muchísimo aprendizaje. La gente ve que uno ha puesto una parte del alma a lo largo de la vida laboral de uno… que no es toda la vida laboral, sino que es toda la vida, y mi alma ha estado puesta ahí. Cuando la gente se te acerca con cariño, solo se puede estar agradeciendo. —Si mira ahora al año 86, a ese chaval de 16 años que estaba empezando en esto… ¿Qué primer pensamiento se le viene a la cabeza?—No soy tan consciente… Creo que en general el tipo que ha trabajado toda la vida no es muy consciente de cómo se le ve. Me siento como una persona completamente normal, y abogo por esa naturalidad y por esa normalidad. Los actores no tenemos nada de especial, te quiero decir, lo especial es que nuestro trabajo te permite que de pronto te conozcan millones de personas, que de pronto tengas que hacer un personaje de un loco, de un presidente, de un héroe… y tienes que tener la suficiente versatilidad para moverte casi como si fuera un estado vacuoso… Eso sí es especial y particular a otros trabajos; pero lo que es la vida de uno… Me preocupo por las mismas cosas que se preocupa todo el mundo… no somos actores de Hollywood: yo vivo en un departamento, tengo vecinos con los que tengo que lidiar. Tengo que lidiar con lo que lidia cualquiera, soy un padre más, con todas las cosas también que eso implica. He tenido parejas, mujer, hijos… una vida que no es muy diferente a lo que vive el resto. —¿La veteranía le permite decir «no» con mayor facilidad?—Tengo la suerte de que casi todos los proyectos que he tenido últimamente los he elegido, y he podido decir no a muchos otros. Es una suerte.—Después de haber hecho cine, tele, teatro, hasta anuncios… ¿Cuál es la motivación? —Me gustaría escribir y, quizá, animarme a dirigir. Pero casi te diría que lo veo como un proceso, ni siquiera para que se estrene; es el tener esa aventura. He escrito muy poco, tonterías, es más como una ilusión, el retirarme un poco de la cámara y poder estar un poco detrás, eso me gustaría. —Ha trabajado en películas pequeñas, grandes, medianas, para debutantes, para oscarizados… ¿A quién le gustaría parecerse detrás de las cámaras?—Se aprende mucho de todos, pero he aprendido mucho más de actores. Sobre todo con los que de pronto te ayudan, inesperadamente, a saltar al abismo. He estudiado interpretación toda la vida, y lo sigo haciendo. ¿Sabés cuándo más he aprendido? Cuando te tocan personajesque vos decís, ¿por qué me están ofreciendo este personaje a mí? Ahí se aprende mucho también del ego, sobre todo a soltar el ego. Cuando te vienen a corregir algo, la primera reacción es pensar que tú lo estás haciendo bien y que por qué te dicen nada. Enseguida aparece como el ego, la inseguridad… —Como el profesor al que interpreta… ¿Se considera maestro ya para las nuevas generaciones?—Me encantaría en algún momento dar clases como un maestro, pero no creo que estoy capacitado no por experiencia sino por falta de herramientas.
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