LCD Soundsystem o ¿sistema de sonido lisérgico? Con el psicodélico ‘Real Good Time Together’, de Lou Reed, aparecieron los ocho músicos comandados por James Murphy, puercoespín Murphy por su cuidado (des)peinado puntiagudo, que hizo un leve y tímido saludo con la mano al salir al estrado. Detrás, un retablo de instrumentistas en diferentes alturas y estilos de vestimenta, y el líder como oficiante de esta misa bailonga con una camiseta lisa y macilenta, sin pretensiones. La procesión va por dentro. Y ese saludo encogido. Así, cualquiera diría que no sabíamos la que se nos venía encima y mentiría. ‘You Wanted a Hit’. Poquito a poquito, crescendo a ‘crescendito’. ‘You Wanted a Hit’. Lo contrario a un hit actual. Esto empieza, y es solo una atmósfera, la elegancia del punk-funk. Una bola de discoteca brilla en el escenario del Kalorama.
Tras el festival Cala Mijas, con trifulca final con el ayuntamiento por impago de este para huir de allí, debuta este 2024 el ya convulso festival Kalorama, su heredero en Madrid, en IFEMA, con amagos de tormenta, aureola de pinchazo de público (en los últimos días han brotado ofertas a precio de saldo del abono para indignación de los espectadores de primera hora) en un evento, de raíz portuguesa, cuya promotora ha montado con un gusto y ambición que escasea en nuestro piel de toro más tendente al cartel clon, sin demasiadas sorpresas como ‘way of life’. A medio aforo, parece un festival ideal para ejercer de ser humano y no ganado intensivo. Daba gusto, porque no obstante había mucho ambiente en un público de corte veterano.
Como pistoletazo a los tres días del festival, con Massive Attack como plato grande también tras la caída de The Smile de Thom Yorke, el plan hoy era así: una oda a la nueva nostalgia del indie electrónico de los 2000 con The Kills, el ‘hoy puede ser mi gran noche’ de Ben Gibbard tocando íntegro el ‘Transatlanticism‘ de Death Cab for Cutie y el ‘Give Up‘ de Postal Service, ambos del año 2003, raro regalo de emoción al servicio del rock emo progresivo, en el primer caso, y a la indietrónica del Servicio Postal en el otro; y, como cierre máximo, como presunta bacanal sensorial al servicio del baile, unos LCD Soundsystem a los que se les vio en el BBK hace dos años pero que nunca sobran salvo en ocasiones luctuosas y no lo tengo claro.
Antes vimos a Nation of Language, pop sintético desde Brooklyn, sonó sugerente y la gente disfrutó un concierto tirando a delicioso a pesar de los calores de la media tarde. La supuesta tormenta no llegó a la hora anunciada por Google Maps, por cierto, sino después, unos pocos gotones gordos, para asustar un poco y refrescar, perfecta antes de LCD. Antes The Kills hicieron su sucio show de modernidad vintage y tuvo sus momentos con un personal menos bailón y más atento también a la charla con los amigos.
Llegó el turno de Death Cab For Cutie, uno de los platos fuertes, la rememoración del disco Transatlanticism’ de 2003, con una formación uniformada de aburrido negro y un Ben Gibbard que parece Thomas Müller del Bayern Munich con tupé para refrescarnos una época que palidece incluso contra sí mismo, contra la otra cara de la postal de la noche, The Postal Service, y su interpretación íntegra también del ‘Give up’, que sonó mucho más chispeante que el rock algo épico de su otra banda, con destacados pasajes y atmósferas que es donde se alza antes que en los cánones de canción pop-rock. Y los Postal Service, ahora vestidos de blanco, con Jimmy Tamborello a los soniquetes mágicos detrás, y Jenny Lewis a las voces femeninas y el carisma.
Y qué juegos de voces, que gozada emocional de indietrónica, cuánta belleza y aura. Esa tecla de graves pulsada para iniciar el show nos mete en el ambiente, y comienza Gibbard a cantar y pronto llega el salmo femenino de ‘Wheeeere I Am’. Y de segunda el ‘hitaco’, ‘Such Great Hights’. La gente estuvo entregada desde el principio, pero ahora fue la sacada de móviles del bolsillo o la riñonera. ‘Nothing Better’ sonó celestial también y el recital de reconstrucción de ese gran álbum no decayó y fue especial. Cerraron con una versión de ‘Enjoy The Silence’ de Depeche Mode.
Y, por último, el éxtasis de LCD. Con su toque lsd, porque la máquina de baile lo es pero no de una manera populista sino al contrario, enrevesada de estímulos y manejando los tiempos como mareas de subidón lisérgico, a su antojo moroso si hace falta y mucho más cercano a lo experimental que a lo contrario. El proyecto de James Murphy se separó con un concierto grabado en el Madison Square Garden de esos de ver cada cierto tiempo, volvió en 2016 y su ensalzadísimo directo sigue sin tener demasiadas tachas. Como una digievolución de Morrissey en una banda de electrónica progresiva postpunk, las letras son la guinda de un proyecto que podríamos definir académicamente como ‘chulísimo’ y con un show que aún se eleva en una sinfonía de catarsis sincopadas, juegos de voces y esperas de clímax que no llegan cuando piensas.
‘Tribulations’ advino rauda, con la muchachada nada juvenil del festival, bailando gozosa. Y entre los largos instrumentales, la más apremiante ‘Daft Punk Is Playing At My House’ te agarra del cuello y el ‘Dance Yrself Clean’, esa larguísima y emocionante carrera con sus ‘ah ah’ gregorianos, su «Hablando como un idiota solo que ahora eres un idiota», la introducción del tecladete revoltoso para llegar otro sintetizador disruptivo y esos: «Rómpeme en pedazos más grandes. Así algo de mí estará en casa contigo» o «Volar el marxismo en pedazos sus pequeños argumentos». Y, como leit motiv y corolario, ese «baila hasta quedar limpio».
En el cielo nocturno bellos rayos, pero la tormenta electrónica estaba donde estaba, en el escenario. Y para bajar todos los pulsos, la balada ‘New York, I Love You but You’re Bringing Me Down’. En este panteón de músicos, el estático micro en alto de James Murphy, todo el concierto así, en el paroxismo de la contención. Acabó la fiesta con la esperada ‘All My Friends’ y ese largo teclado uniforme hasta que canta: «Así es como empieza», y nos relata la historia de una fiesta emocionante, íntima, reflexiva y existencial, trágica, la última fiesta, la última de todas nuestras vidas.
«Y si sale el sol, y si sale el sol, y si sale el sol», retador y vertiginoso ya en su verborrea, que sube y baja de velocidad de retahíla, para observar: «No cambiaría una decisión estúpida por otros cinco años de vida». Aunque quizá no es la última fiesta, o sí. Qué nuboso es todo. Y te has hecho mayor y tienes obligaciones. «Cuando estás borracho y los niños se ven increíblemente bronceados. Piensas una y otra vez: «Oye, finalmente estoy muerto»». Y una penúltima reflexión: «Siempre supiste que estabas cansado… pero luego…». La coda y pulsión: «¿Dónde están tus amigos esta noche?». Una y otra vez. Y la gente abrazada dando saltos. Celebración de la celebración. Murphy dijo al cierre: «Muchas gracias, thank you». Y se despidió con otro saludo tímido de mano. Alucinantes y conmovedores.
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