Se fue Taylor Swift del Bernabéu y llegó Lana del Rey al Primavera Sound, conjunción astral extraordinaria y coincidencia casi espacio-temporal que alimentó la fantasía de una colaboración aquí o allá. En Madrid, de hecho, cuando Swift empezó a tocar ‘Snow On The Beach’, la canción que grabó con la neoyorquina en ‘Midnights’, hubo oleada de microinfartos y tsunami de alaridos a medida que se iba abriendo un trampilla en el escenario. Pero no. «Solo soy yo chicos, lo siento», dijo entre risas, viva el humor, la nueva Ambición Rubia.
En Barcelona, era de esperar, tampoco hubo sorpresa, menos aún humor, pero ni falta que hizo: las colas nunca antes vistas en la caseta de autorizaciones para menores y las carreras a primera hora de la tarde, cuando el recinto acababa de abrir sus puertas y faltaban casi cinco horas para que la diva neoyorquina apareciese en escena, fueron el mejor termómetro, la prueba definitiva, de que la autora de ‘Born To Die’ se sobra y se basta para gobernar con guante de seda y mano de hierro la inmensidad de la plataforma marítima.
Así que, ¡oh, Lana!, el Primavera Sound ya tiene nueva diva. Sigilosa, bisbiseante y tremendamente impuntual, pero diva, al fin y al cabo. Y en esa liga, la del Olimpo pop de vuelta de todo, casi que da lo mismo que su voz no se oiga porque queda sepultada por el vocerío del público o que el ritmo del concierto, perezoso, sea más propio de la siesta del domingo que de la promesa del fin de semana que acompaña al viernes por la noche. Así que ‘Without you’ y ‘West Coast’ para empezar, languidez primaveral y blanco satén como marca de fábrica, y Lana en su salsa para consagrarse con reina del sigilo majestuoso en la segunda noche del festival barcelonés.
Entregadísima al personaje, hecha a imagen y semejanza de la mitología del pop, la cantante se hizo esperar un rato largo, más de media hora letal en un evento en el que todo está milimetrado para evitar coincidencias y solapes, pero en cuanto asomó por el escenario con sus botas plateadas y su vestido de pedrería, todo fueron gritos de admiración y móviles desenfundados. Por delante, hora y pico de grandes éxitos, emociones contenidas y anestesia sonora.
A cámara lenta, como en una película de David Lynch, y encerrada en lo que parecía el esqueleto de una mansión de Beverly Hills, Lana ayer fue más Lana que nunca. A saber: susurros cinemáticos, coreografías tirando a surrealistas y pop sinuoso con la fórmula química del Lexatin. Festín de melancolía, atracón de mal de amores,y su cara multiplicándose en las pantallas por obra y gracia de las imágenes de archivo y el material de recurso. ‘Cherry’, ‘Pretty When You Cry’ y las revoluciones tan bajas como altas las expectativas.
En el césped artificial del Fòrum apenas había hueco, pero también es verdad que después de ‘Summertime Sadness’ hubo muchos que dieron lo visto por bueno y desfilaron hacia otros escenarios.«It’s so quiet!», certificó una chica inglesa. Y, en efecto, si algo le sobró a a la noche fue tranquilidad. Baladas con el corazón hecho añicos, teoría y práctica del desamor. Canciones vaporosas, estribillos gaseosos. Sonaron pocas de ‘Did you know there’s a tunnel under Ocen Blvd’, lo que ya de por sí debería ser una mala noticia. La buena nueva es que ‘A&W’, la mejor del lote, sonó imponente.
En el guion, ecos de Laurel Canyon, y todos los amores fatales del mundo danzando al compás de ‘Chemtrails Over The Country Club’ y ‘Video Games’. En el escenario, Lana balanceándose en un columpio. Lana estirada en el suelo. Lana escoltada por el cuerpo de baile. Lana hasta el infinito y más allá. Melodrama de la vieja escuela. Y justo después venían The National. Mala noche para los alegres de espíritu. Eso sí: después de lo de la cantante, los de Brooklyn, señores tirando a tristes y cenizos, parecían los Sex Pistols.
John Wick al bajo
Antes, a primera hora de la tarde, división de opiniones con The Last Dinner Party, fenómeno británico de temporada y nueva banda fetiche de la crítica inglesa: bien cuando echaban mano de la electricidad angulosa y cubista para exprimir himnos de guerra como ‘The Feminine Urge’, no tanto cuando se atragantaban con Kate Bush. A ratos sonaban como un superbanda de rock excéntrico capitaneada por Patti Smith y, acto seguido, eran Haim después de haber asaltado el ropero de las Stella Maris. Pelín bipolar, sí, aunque también tremendamente divertido cuando se despidieron con ‘Nothing Matters’ y todo fueron brazos en alto y júbilo exaltado.
Luego llegó Keanu Reeves y, vaya, el mito por los suelos. Porque John Wick tiene un grupo, Dogstar, que no pasaría el corte ni en las ligas domésticas del rock noventas. A su lado, menudencias como Sweetwater o China Drum parecían Pavement. Curiosidad finiquitada y el consuelo de que al menos hay algo que no se la da demasiado bien a un actor que, famoso por su alérgico a la fama, llegó al festival dando un paseo desde su hotel.
Para quitarse el disgusto, nada mejor que encomendarse a unos clásicos como Yo La Tengo, con sus borracheras de ‘feedback’ y esas canciones-río que moldean el noise como si las ondas sonoras fuesen algo tangible. Siempre igual y, sin embargo, siempre diferentes. En su segundo registro, el del susurro curativo, a punto estuvieron de conseguir la proeza de que la explanada del los escenarios secundarios enmudeciese con sus suaves letanías.
Flotando sobre la nube de distorsión de ‘Tom Courtenay’ estábamos, sí, los viejos (también algún que otro crío aterido de frío en un carrito e incubando un terrible resentimiento hacia sus padres), pero en el otro extremo, y mientras el césped artificial empezaba a abarrotarse a la espera de Lana, el festival se proyectaba hacia el futuro, o por lo menos lo intentaba, con la fantasía ‘queer’ de Troye Sivan. Látex, corpiños, torsos desnudos y pop sintético con vistas panorámicas a la discoteca. Ibiza en el Fòrum y electrónica para todos los públicos, Media docena de bailarines y Guitarricadelafuente cantando ‘In my room’. El australiano, ídolo pop en meteórico ascenso, recordó un paso por Barcelona durante la grabación de ‘Something to give each other’ y se despidió brincando como un poseso con ‘Rush’. ¿Relevo generacional? El tiempo dirá. Aunque si de algo no andan sobrados muchos de los cabezas de cartel de este año es precisamente de tiempo.
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