Tiene ‘Robot Dreams’ algo de iceberg: lo que se ve deslumbra por su belleza y, lo que no se ve, te arrebata por su contundencia inesperada. También lo tiene su creador, el cineasta Pablo Berger, que vivió su propia aventura para sacar adelante un proyecto cargado de complejidades que -si las quinielas no fallan- puede terminar con un pie en los Oscar de Hollywood.
La historia es sencilla, que no simple. Y suspende la realidad en tantos niveles que, de pronto, es más humana y realista que el mejor de los dramas existencialistas. Estamos en el Nueva York de los años 80, una tierra donde los habitantes que viven a la sombra de las Torres Gemelas son perros, patos, elefantes y demás fauna; y sus nombres son Perro, Pato, Elefante y así hasta completar el catálogo. Todos se mueven como humanos, respiran como humanos y se callan como animales.Porque aunque el espectador tarde en darse cuenta, ‘Robot Dreams’ es una película muda. Así conocemos a Perro, un solitario y mustio perro (obvio) que sobrevive al tedio de la rutina entre programas de teletienda y macarrones precocinados hasta que un día compra un robot para tener alguien con el que compartir la vida. El nuevo amigo llega en forma de una caja que, al abrirla, desborda a Perro con la alegría de la amistad, el resurgir de los sentimientos y la devoción por el vivir. Todo a ritmo de la pegadiza ‘September’, de Earth, Wind and Fire. Se cocinan así a fuego lento los sentimientos más reconocibles, desde el cariño a la felicidad incontenible. También, porque todo llega, aunque aquí de forma más que curiosa, los de la distancia y el desapego. Y el de las nuevas ilusiones.
Todo comenzó con una novela gráfica de Sara Varon. Pablo Berger, responsable del filme, la tenía en su despacho como libro de referencia para degustar cada cierto tiempo y para regalar en ocasiones especiales. Los derechos para adaptar la novela, un ‘best seller’ en Estados Unidos, los tenía el estudio Blue Sky, responsable de taquillazos como ‘Ice Age’. Pero las pruebas por Hollywood no convencieron a los ejecutivos y años después, por casualidad y por tesón, fue Pablo Berger el que se fue a Estados Unidos a convencer a SaraVaron de que se los cediera. «Estoy enamorado de tu historia», recuerda que le dijo. Fue camino de Chicago, donde iba a ser jurado en su festival de cine, cuando aprovechó el viaje sobre el Atlántico para pasar por Nueva York (donde él estuvo viviendo más de una década) y reunirse con la artista. Aquello fue en 2018, y Varon terminó por ceder ante la idea que le propuso el español, que regresó con un proyecto entre manos pero todo por hacer.
Al aterrizar en Madrid montó un pequeño estudio de animación. No es fácil para alguien cuyos anteriores trabajos eran largometrajes de ficción. Pero los tiempos dilatados que siempre acompañan a las películas animadas no le iban a asustar. Toda su carrera se ha movido en esos tiempos. Su debut, ‘Torremolinos 73’, lo firmó con 40 años. Su siguiente película, la multipremiada ‘Blancanieves’, le costó nueve años (también muda y en blanco y negro). Otros cinco le llevó sacar adelante ‘Abracadabra’, que completó su filmografía hasta que llegó ‘Robot Dreams’.
«Es que yo creo que todas mis películas me prepararon para hacer esta», sentencia Pablo Berger desde su coqueto (por pequeño)despacho en un icónico edificio del centro de Madrid, donde ha recibido a ABC. «Yo siempre he dedicado un año a hacer los ‘storyboards’ de mis películas… Sí, me tomo mis tiempos, me gusta que los proyectos se cocinen a fuego lento, me gusta prepararlos muy bien, me gusta tener el control, me obsesiona el detalle. Soy paciente, soy tozudo, características que sin ser consciente ya tenía y ahora he descubierto que son las que debe tener todo director de animación», desgrana.
Con esa paciencia afronta ahora el último trabajo que todo cineasta tiene tras terminar la película:la promoción. Este fin de semana estará en Berlín, en la gala de los premios del Cine europeo, donde aspira al mejor largometraje de animación, un premio que ya recogió en Francia, en el festival de Annecy. Pero el objetivo está en los Oscar. La distribuidora Neon compró el filme nada más verlo en el Festival de Cannes, y desde entonces no ha dejado de aparecer en las quinielas de los medios especializados. Tiene como rivales a los grandes estudios de Hollywood, pero eso no asusta a PabloBerger. «A mí me alegra sobre todo saber que hemos vendido los derechos de exhibición en todo el mundo, que no hay territorio donde no se vaya a ver. El salto a Hollywood… Claro, estamos muy ilusionados con estrenar en EE.UU. porque eso te permite llegar a un público más grande y lo estamos también al ver que en las predicciones de los medios especializados estamos en las quinielas al Oscar y a los Globos de Oro», se felicita.
Y así llegamos al momento de los Goya. Se esperaba que ‘Robot Dreams’ fuera la cuarta en discordia tras las «favoritas» de la edición –’Cerrar los ojos’, ‘La sociedad de la nieve’ y ‘20.000 especies de abejas’– pero fue ‘Saben Aquell’ y ‘Un amor’ los que le adelantaron por la derecha. Incluso en mejor dirección eligieron a Elena Martín y su ‘Creatura’ antes que a Berger. Extraño en una Academia que se volcó con ‘Blancanieves’ pero que no se ha atrevido a tener la audacia de elegir una película de animación en su categoría principal.
Parece que los académicos se han quedado solo en la superficie. Sí, el dibujo y la trama es sencilla y divertida, ideal para que los niños disfruten 90 minutos; pero lo que subyace, lo que el ojo no ve aunque la mente sí disecciona, acompañará al adulto unos cuantos días. «Recuerdo una crítica de EE.UU. que decía que es la película más humana del año en la que no salen humanos. Es una película muy especial para mí porque yo, como el protagonista, he sentido la soledad de vivir en una gran ciudad como Nueva York. Por eso es mi película más personal, porque es mi carta de amor hacia Nueva York, el lugar donde encontré el amor, donde me rompieron el corazón, donde hice amigos y los perdí…». Lo que es la vida, vaya, ya sea en Nueva York o en Esparragosa, y aunque le pase a un perro, a un robot o a un poeta.
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