«La comedia es mucho menos que una adaptación, pero, a la vez, se ha convertido en una ofrenda de mi parte al primer poeta cómico y, en suma, una forma castellana de trascender la esencia de su humor en clave de auto sacramental burlesco y en un lenguaje de ascendencia barroca y surrealista». Así definía Francisco Nieva su adaptación de ‘La paz‘, de Aristófanes, que vio la luz en el verano de 1977 en el mismo escenario, el Teatro Romano de Mérida, al que acaba de subir, esta vez con la dirección de Rakel Camacho y un reparto que conforman Joaquín Reyes, Ángeles Martín, Astrid Jones, Sara Escudero, Carlos Troya, Laura Galán, Nerea Moreno y Pedro Ángel Roca.
‘La Paz’ es, efectivamente, un homenaje de Nieva a Aristófanes, un acto de pleitesía hacia uno de los máximos exponentes de la comedia griega. El dramaturgo manchego se deja impregnar por el humor llano, grueso, escatológico en ocasiones, pero lo tiñe con el colorido barroquismo de su lenguaje, jaspeado por el surrealismo que proponen las situaciones que plantea la función y un aire incluso sainetero. Todo ello conforma un texto de apabullante genialidad y disparatado absurdo que casa perfectamente con la definición de ‘ceremonia grotesca’ que le dio su autor.
Y si Nieva rindió homenaje a Aristófanes, Rakel Camacho -que firmó hace unos meses una soberbia versión de ‘Coronada y el toro’- hace lo propio con el dramaturgo manchego. Hay algo de él en la puesta en escena, en su exceso, en su ‘refinado’ feísmo incluso, en su crudeza, en su barroquismo, en la ‘furia’ que dominó el teatro de Nieva. La directora plantea la función como un disparatado caos alegato pacifista de marcado carácter naíf -demasiado incluso-, y por ahí es por donde cojea, y se infantiliza, el espectáculo; no parece necesario subrayar el mensaje con una canción como ‘Give Peace a Chance‘, el manoseado himno de John Lennon, para que los espectadores sepan de qué va la función.
‘La Paz’ presenta a Trigeo, el protagonista, un mortal que decide viajar al Olimpo -montado a lomos de un escarabajo pelotero gigante que se alimenta de las heces que los esclavos de Trigeo reúnen para él- con la intención de pedir explicaciones a los dioses sobre la situación de su ciudad, Atenas, envuelta en guerra; allí solo encuentra a Hermes, hija de Zeus, a quien pide ayuda para que la paz vuelva a Atenas.
Aristófanes escribía para sus ciudadanos, buscando el éxito inmediato con sus alusiones a la actualidad, que Nieva, lógicamente, eliminó, y que la puesta en escena de Rakel Camacho tampoco ha recuperado, salvo en un par de ingeniosos guiños que arrancaron el aplauso y la risa del público. Y estos elementos, aplausos y risas (de manera moderada) fue la respuesta de los espectadores emeritenses a la función. Tener a Joaquín Reyes, que pelea por no hacer de Joaquín Reyes pero no lo consigue, favorece la comicidad y la conexión con el público. Contar con Ángeles Martín, Nerea Moreno o Laura Galán es dotar de ‘seriedad’ al montaje, y hay que subrayar el trabajo de Sara Escudero que, ella sí, se deja a la cómica en el camerino para convertirse en su personaje, Hermes.
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