A Gioachino Rossini, que nació un año después de morir Mozart, la historia lo ha ubicado bajo la etiqueta de los compositores del Romanticismo: es la que le toca por edad y generación, más o menos. Por estética musical, también. Pero el director asistente de la producción de ‘La Cenerentola’ que hoy se estrena en el Gran Teatro del Liceo, Miquel Massana, hace notar que su Romanticismo es muy, pero que muy prematuro: «No está tan lejos del Don Giovanni de Mozart, y de hecho temporalmente está más cerca del genio de Salzburgo y de Haydn que de la mayoría de grandes óperas de Verdi y Wagner», señala.
Un repaso a la cronología desde este punto de vista causa cierto vértigo, ya que si nos fijamos, cuando Rossini estrenó ‘La Cenerentola’ en 1817 (tenía entonces solamente 25 años), Beethoven se encuentra en un paréntesis importante de su creación sinfónica, los diez años que median entre su octava sinfonía y la célebre Novena. Por su parte, podemos afirmar sin exagerar demasiado que Verdi y Wagner apenas sabían sonarse, pues rondaban entonces los cuatro años. Los ecos de la Revolución Francesa eran todavía potentes en una Italia que apenas empezaba a avanzar en la reunificación.
Con todos estos parámetros, sorprende todavía más que el joven Rossini fuera capaz de ensamblar una ópera sobre el cuento infantil de Perrault, dotándola con una pulsión cómica fuera de serie, creando para él una música de primerísimo nivel y, además, enmedio de lo que parece una comedieta de fantasía, incrustar reflexiones de gran calado acerca de la naturaleza humana y la situación política y social de la época. En sus partituras hay material de sobra para considerarlo un absoluto genio, máxime teniendo en cuenta que, gozando del éxito y de una posición económica desahogada, decidió retirarse antes de cumplir cuarenta años y pasar los otros casi cuarenta que le quedaban viviendo la vida.
‘La cenicienta’ de Rossini parte del cuento de Perrault y recoge sus elementos más conocidos: la joven huérfana explotada por la familia que la acoge, y el príncipe que se enamora de ella a pesar de la diferencia de escalafón social. Pero el libretista Jacopo Ferretti dio algunos retoques que eliminan los elementos mágicos y hacen que la trama avance impulsada exclusivamente por las emociones más humanas: nada de carrozas que vuelven a ser calabazas al son de las campanadas de medianoche.
El director artístico del Liceo, Victor García de Gomar, destaca de esta ópera que Rossini «la escribió en 24 días, lo que es una genialidad fuera de toda duda». Emma Dante, la directora de escena, añade que la historia es «es una fuerza de la naturaleza, que no morirá nunca porque no hay solamente ritmo y pasionalidadm sino que hay mucho de espiritual». «Pudiendo ser una simple farsa, contiene alguna cosa muy auténtica acerca de nuestras vidas», añade. La reggista ha diseñado un espacio escénico que puede definirse como una producción de aires clásicos, pero que visualmente bebe de la estética ‘pop’. Tiene tintes realistas, pero que juega con las formas y, sobre todo, los colores, para dar una pátina de sueño, de cuento de hadas en el que los protagonistas de la fábula desarrollan su psicología.
Para Miquel Massana, la psicología es un aspecto primordial, ya que «Rossini plasma el caracter de cada personaje con su música, y así establece atmósferas que van evolucionando con los protagonistas de la trama». De hecho, «si solamente la escuchas pensando en el virtuosismo, te quedas con las notas, nada más, pero si te fijas en la atmósfera y los colores, ves que hay un trabajo que va mucho más allá de una ópera buffa». Para el director musical de la producción, Giacomo Sagripanti, una absoluta autoridad en este repertorio, en ‘La Cenerentola’ «Hay momentos de pura magia, en que la música exprime la sensación de sueño total».
El reparto lo encabeza el tenor Javier Camarena, que regresa al rol de Don Ramiro por primera vez desde que en 2020 la pandemia lo obligase a cancelar unas funciones de esta ópera. El mexicano se añade a la defensa de la profundidad de la obra de Rossini, más allá de su apariencia cómica, e invita al público a hacerse suyo el mensaje, a pesar de la distancia de dos siglos que nos separan: «No solo debe ser un espectáculo de entretenimiento, sino también un motivo de reflexión sobre nuestra realidad y que nos invite a ser partícipes de algún cambio».
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