John Fogerty debutó en España en 2009, cuando estaba a punto de cumplir 65 años y Creedence Clearwater Revival llevaba casi cuatro décadas criando malvas, y ahora que se encamina alegremente a los 80 (los cumple el próximo mes de mayo) se ha lanzado de nuevo a la carretera para celebrar que donde hubo fuego quedan aún brasas. Y qué fuego. Y menudas brasas. El trote infeccioso de ‘Bad Moon Rising’ para empezar, el latigazo eléctrico ‘Up Around The Bend’ acto seguido y apoteosis rock en el Festival de Cap Roig. Galones de leyenda, sortilegio eléctrico y alto voltaje emocional para consumar un retorno con pinta también de despedida. O quizá no, quién sabe.
Antes, por si alguien se había despistado, un vídeo introductorio en el que el californiano recordaba sus primeras canciones, trazaba una línea más o menos directa entre el ‘Day Tripper’ de los Beatles y ‘Green River’ y se reivindicaba, sin necesidad de verbalizarlo demasiado, como ilustre superviviente de la realeza de la música popular del siglo XX. Una condición que, en este caso, le viene como anillo al dedo: después de casi medio siglo enredado en batallas legales y psicodramas discográficos, Fogerty recuperó por fin el año pasado la plena propiedad de sus canciones con Creedence Clearwater Revival, hito que bien merecía una celebración en forma de gira. «He estado esperando este momento toda mi vida; ahora ya puedo tocar mis canciones con verdadera alegría», reconoce en la grabación.
Y aunque en realidad lleva más de dos décadas reviviendo en directo el material de su antigua banda, sí que tiene esta gira que pasó el viernes por Calella de Palafrugell (Girona) en su única parada española algo de retorno a las raíces, de regreso a las esencias. Un apasionado viaje a los orígenes de aquella explosiva mezcla de rock de los pantanos, soul ardoroso y ryhtm’n’blues primitivo que Fogerty ejecutó con entusiasmo juvenil, energía renovada y envidiable pelazo.
Había que verlo, brincando en el escenario como un chiquillo el día de Navidad; despachando un himno tras otro, de ‘Green River’ a ‘Born In The Bayou’ y de ahí a ‘Lookin’ Out My Backdoor’; y contando por millonésima vez (pero como si fuera la primera) el día que su mujer recuperó la Rickenbacker que tocó en Woodstock y con la que compuso ‘Who’ll Stop The Rain’. «Cuarenta y cuatro años después, me la encontré debajo del árbol Navidad», dijo Fogerty. Y ahí estaba, en la pantalla, la foto que lo atestiguaba.
Todo queda en familia
Con 79 años que no lo parecen y una voz algo gastada pero capaz aún de estremecer desde atalayas como ‘Have You Ever Seen the Rain?’ y ‘Cotton Fields’, Fogerty salió arropado por una formación de cinco músicos que, lejos de la acumulación de guitarras de anteriores visitas, evocó la imbatible sencillez de finales de los sesenta. A su lado, sus hijos Shane y Tyler estrechaban lazos familiares y retorcían la electricidad mientras el patriarca se paseaba entusiasmado por sus grandes clásicos. El auditorio no se acabó de llenar (los precios tampoco ayudaron), pero Fogerty cantó como si hubiese abarrotado un estadio olímpico. Por una vez, lo de tocar sus canciones con verdadera alegría no sonó a frase hecha, y para cuando detonó ‘Rockin’ All Over The World’ y ‘Proud Mary’ en los bises, al público le sobraban las sillas y le faltaba garganta.
Casi todo, sobra decirlo, fueron hits de su época dorada de finales de los sesenta y principios de los setenta, pero hubo tiempo también para asomarse a su carrera en solitario con ‘Rock And Roll Girls’ y ‘Joy Of My Life’ (dedicada esta última a su esposa, que no perdía detalle desde el lateral del escenario), y hurgar en su prehistoria para desenterrar ‘Fight Fire’, hit sesentero de cuando Creedence Clearwater Revival eran aún The Golligows. Clase magistral de historia del rock a la que le sobró algo de saxofón en algunos tramos pero que, a cambio, regaló una crispada y majestuosa ‘Efiggy’ que podría haber firmado Neil Young.
«No olvidaré nunca esta noche», aseguró antes de marcharse. Y, vale, eso sí que sonó a frase hecha y comodín del público, pero sólo por volver a escuchar ‘Down On The Corner’ y verlo sonreír con orgullo bajo la luna casi llena mientras soplaba la armónica en ‘Keep On Chooglin’ y vibraba de nuevo con ‘Fortunate Son’, ya mereció la pena.
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