Joan Baez (Nueva York, 1941) se despidió de los escenarios en 2019, cantó por última vez en directo ‘Dona Donna’, ‘Gracias a la vida’ y ‘Me And Bobby McGee’ y, acto seguido, abrió la caja de los truenos. Literalmente: le dio a las cineastas Karen O’Connor, Miri Navasky y Maeve O’Boyle las llaves de un almacén en el que había ido amontonando a ciegas pedazos de su vida y dejó que se hiciera la luz. O, mejor dicho, que reinaran as tinieblas. Porque ‘I am a noise’, el documental biográfico que se puede ver esta semana en el BCN Film Fest (y a partir del viernes, 26, también en las salas de cine de todo el páis), propone una inmersión en la cara más desconocida, también la menos amable, de la cantautora neoyorquina.
En el guion, un variado y aterrador surtido de demonios que durante años quedaron eclipsados por esa prodigiosa voz hecha de agudos estratosféricos y vibrato como de temblor de tren de mercancías. «Por lo que fuera, tenía la voz adecuada en el momento adecuado. Me catapultó a la estratosfera», reconoce en pantalla para tratar de resumir ese salto cuántico que la llevó del Club 47 al festival de Newport de 1959 y de ahí a la portada de la revista ‘Time’ en 1962. Veinte años recién cumplidos y la fama, el éxito sobrevenido, como agente potencialmente desestabilizador y foco de tensiones y envidias familiares, sobre todo con su hermana menor Mimi.
Ya entonces, la vida de la cantante era mucho más turbulenta y compleja de lo que daban a entender sus dulces y conmovedoras versiones de ‘House of The Rising Sun’ y ‘El preso número nueve’. En el colegio, explica, empezaron los ataques de pánico. La ansiedad. El insomnio. Sufría, aunque eso no lo sabrá hasta años después, un trastorno de identidad asociativa. «Era una niña feliz, pero siempre estaba angustiada por algo», recuerda su madre en una antigua grabación. A los 16 años empieza a ir a terapia. «Está emocionalmente enferma, ha abandonado el mundo real», escribe su madre en su diario.
«Queridos papá y mamá…»
«Sólo recordamos lo que queremos», asegura la autora de ‘Diamonds & Rust’ al comienzo de un documental que si algo busca es desenterrar el pasado para poder hacer las paces con él. De ahí que lo que se concibió originalmente como una cinta conmemorativa y moderadamente hagiográfica sobre la última gira de Baez y su retirada de los escenarios se haya convertido en una ventana abierta a sus problemas emocionales y a los abusos que sufrió de niña por parte de su padre. «Sé que ciertas cosas pasaron de verdad», asegura Baez.
En pantalla, una demoledora carta que escribió a sus padres cuando cumplió 50 años y, después de tres días de terapia e hipnosis, empezó a hurgar en «lo más profundo» de su ser. «Queridos papá y mamá -leemos-. Ha llegado la hora de contaros la verdad que me he negado a contar hasta ahora. De niña sufrí abusos horribles, no sólo de mis padres, a quienes quiero, sino de gente a la que no quería».
La cantante tiene el vago e incómodo recuerdo de una siesta en la cama con su padre en la cama. Su hermana Mimi, de un beso con lengua mientras tendía la ropa. «Simplemente se dejó llevar», dice la madre. «Hay muchos casos de psiquiatras que ‘ayudan’ a sus pacientes a recordar cosas que nunca ocurrieron, se llama síndrome de la memoria falsa», escribe en una carta su padre, el físico y coinventor de la máquina de rayos X Albert Baez.
En el almacén, las cintas de terapia comparten espacio y protagonismo con pinturas y dibujos catárticos con los que la cantante parece querer arrancarse algo de dentro. «He llegado a comprender que seguramente mi padre sufrió una experiencia parecida cuando era niño, porque de otro modo no habría hecho lo que hizo», arguyó en febrero del año pasado, durante la presentación del documental en la Berlinale.
«Hola, Bob»
Heroína del folk y gran dama del activismo social de los sesenta y los setenta, hay un periodo de la vida de Joan Baez que no se entiende sin la presencia de Bob Dylan, y a esa herida se asoma también ‘I am a noise’ para mostrar cómo se puede pasar del romance a la desolación en tiempo récord. «Dylan me rompió el corazón. Fue devastador. Horrible», explica. «Hola, Bob», añade acto seguido para cerrar a cal y canto la primavera del desamor de 1965. «Cuando Bob se hizo más famoso pasó página. Se alejó de todo el mundo. Fue un cambio muy brusco», recuerda.
El punto de no retorno, dice, fue la gira por Inglaterra de ese mismo año. «Londres fue una pesadilla», asegura una Baez que pasó de apadrinar al autor de ‘Blowin’ In The Wind’ a sentirse completamente fuera de lugar a su lado. Era, dice, la rarita del folk. «Tanta droga y tanta virilidad no iba conmigo», sentencia. Antes de eso, sin embargo, todo fue magia y revelaciones diarias. «Nos cambiamos mutuamente», reconoce. «Su talento me embriagaba como droga. Él necesitaba una madre, alguien que lo bañara y le cantara canciones. Y yo necesitaba cuidar a alguien», explica. Para la historia queda la imagen del primer avistamiento: «Estaba en el Gerde’s Folk City de Nueva York y de pronto apareció en el escenario un chico andrajoso a más no poder que empezó a soltar sus letras y me dejó petrificada».
El documental, armado a partir de cartas, diarios, grabaciones que Baez envío a sus padres estando de gira, cintas con sesiones de terapia y material de archivo explora también la lucha por los derechos civiles de la cantante y su matrimonio con el el activista anti Vietnam David Harris. «Oh, yo solo quiero libertad», canta justo al comienzo de una película con la que Baez, 83 años que no lo parecen, deja atada y bien atada la historia de su vida. ««Estoy bien para mi edad, pero sé que todo tiene un límite»,
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