Evan Dando sacó un disco en solitario hace como un millón de años, reflotó brevemente a los Lemonheads para hacer caja y sanear cuentas y, desde entonces, aparece de tanto en cuando como un brillante cometa, una estrella fugaz de rumbo errático y destino incierto, para dar fe de que aún sigue por aquí. Sí, de que sigue vivo.
En Barcelona, el último avistamiento se produjo en marzo de 2015, cuando pasó por la sala Barts (hoy Parallel 62) con su guitarra acústica y un carromato de himnos pop de sus días de gloria como ‘poster boy’ de la Generación Z. Un formato idéntico al que, casi diez años después, desplegó el lunes en La Nau ante poco más de un centenar de incondicionales: guitarra de doce cuerdas, atracón de ‘It’s A Shame About Ray’ y la incómoda sensación de ver a una estrella aferrándose con uñas y dientes a sus últimas reservas de brillo.
En realidad, hace ya tiempo que Dando se convirtió en todo un experto en el arte del autosabotaje y la autodestrucción; en tropezar una y otra vez con la misma piedra (sí, las drogas) y echarse una larga siesta mientras su carrera se iba al garete. Incluso bromeó sobre ello al recordar sobre el escenario que los últimos diez años han sido un agujero negro tremendo. Ahora, asegura, tiene dos discos casi acabados, anda la mar de entretenido escribiendo su autobiografía y, lo más importante, lleva tres años sin probar la heroína.
Esto último, por cierto, también lo susurró anoche durante un concierto que fue el vivo retrato, del derecho y del revés, de un astro distante y menguante. Una aparición casi espectral que subió al escenario dando tumbos a través de su propio cancionero, tropezando consigo mismo constantemente e hincando la rodilla ante sus héroes de toda la vida. Deslavazado y entrañable, casi más lo primero que lo segundo, el estadounidense empezó atropellando ‘The Outdoor Type’ y ‘Being Around’ y estuvo tan generoso en la exhumación de viejos clásicos como fallón en su ejecución.
Con los gallos de ‘It’s A Shame About Ray’ hubo incluso a quien se le escapó una risa nerviosa que reaparecía más tarde con ‘Confetti’, ‘My Drug Buddy’ e ‘Into My Arms’, pináculos de un cancionero que Dando sigue maltratando a conciencia. La voz, queda claro, ya no le acompaña como antes, así que toda la noche fue un tira y afloja entre memorable trompazo, casi siempre, qué cosas, cuando echaba mano de sus viejas canciones, e imponente resurgir en cuanto se arrimaba a materiales ajenos y se sacaba de vaya usted a saber dónde espléndidas versiones de los Replacements (‘Unsatisfied’), Tim Hardin (‘Reason To Bealive’) o Elvis Costello (‘Man Out Of Time’).
Sensacionales fueron, casi tanto como para salvar una noche de balbuceos, chistes atroces y siniestro casi total, las tomas ‘Return of the Grievous Angel’, de Gram Parsons y ‘Streets of Baltimore’ de Bobbie Bare. Sólo por eso ya valió la pena. Bueno, por eso y porque, después de lo del lunes, es poco probable que algún promotor se anime a volver a traerlo por aquí.
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