Khalil mira a cámara, pero sus ojos, tristísimos, son en realidad puro vacío. La nada. La explicación, un poco más abajo, por encima de la cintura, donde una cicatriz le atraviesa el costado. ‘El precio de la paz en Afganistán’, se titula la serie. Y el precio que ha tenido que pagar Khalil Ahmad, de 15 años, ha sido su riñón. Literalmente: sus padres ya no podían permitirse comprar alimentos para sus once hijos y optaron por vender el riñón izquierdo de su hijo mayor por 3.500 dólares.
El danés Mads Nissen fotografió a Khalil mostrando la cicatriz y la imagen se convirtió en una de las ganadoras del World Press Photo de 2023, certamen que se instala en el Centre de Cultura Contemporànea de Barcelona (CCCB) hasta el próximo 17 de diciembre para mostrar las mejores peores fotos del mundo. O, dicho de otro modo, las instantáneas que retratan una sociedad sacudida por los conflictos bélicos, las migraciones, la crisis medioambiental y las desigualdades sociales. «También está presente la mejor cara del ser humano», apunta Carlos G. Vela, portavoz de la Fundación Photographic Social Vision.
Y sí, se pueden ver en las paredes fotografías de la celebración en Buenos Aires de la victoria de Argentina en el Mundial de Qatar o una serie sobre alpaqueros peruanos con la que Alessandro Cinque recupera (y devuelve) la fe en la humanidad, pero aquí lo que manda es el conflicto. La tragedia. El impacto permanente. «La realidad y los grandes temas permanecen y hay que seguir contando las historias», añade Vela. Sobre el papel y el negativo, esto significa pasar revista a un año marcado por la guerra de Ucrania, las inundaciones en Australia, la desaparición de los oasis de Marruecos, las manifestaciones multitudinarias en Irán, los efectos de la ‘guerra contras las drogas’ en Filipinas, el drama de los migrantes en el Mediterráneo, la crisis venezolana…
«A ver qué pasa el año que viene», desliza el fotoperiodista Emilio Morenatti, distinguido por su reportaje ‘War Wounds’, sobre los heridos y mutilados en Ucrania. Y lo que pasa, o pasará, lo avanza sin querer Maya Levin con su fotografía del accidentado funeral en Jerusalén de la periodista de Al Jazeera Shireen Abu Akleh, muerta por disparos israelís en mayo de 2022.
A la espera de una próxima edición sin duda marcada por la guerra entre Israel y Hamás en la Franja de Gaza, la de este año se ha quedado congelada en la muerte de Irira Kalinina, una mujer embarazada que falleció en marzo de 2002, cuando las tropas rusas bombardearon Mariúpol.
Evgeniy Maloletka disparó su cámara justo cuando cinco hombres trasladaban en camilla a Irira a través de ruinas y escombros, pero de poco sirvió el esfuerzo: su hijo nació muerto y ella falleció pocos minutos después del parto. La fotografía, imagen ganadora del World Press Photo 2023, es sólo la punta del iceberg de una serie del propio Maloletka centrada en el sitio de Mariúpoly los cadáveres arrojados a fosas comunes.
A su lado, cartografiando el horror, el reportaje de Morenatti sobre las heridas y cicatrices de la guerra. «No estamos solo para contar una realidad, sino también para involucrarnos en ella», asegura el fotoperiodista, que perdió la pierna izquierda en 2009 cuando explotó una bomba en Afganistán. «Yo me permito el lujo de hablar de cojo a cojo. Como herido de guerra y amputado, tengo más cercanía con estas personas», apunta sobre los protagonistas de una serie que, mutilados y cercenados, funcionan como metáfora «de la amputación geográfica de un país».
Otro español, el madrileño César Dezfuli, es el ganador de un premio global de la edición 2023 por su proyecto ‘Passengers’, un reportaje de larguísimo recorrido que arrancó en 2016, cuando empezó a fotografiar, uno a uno, a los 118 pasajeros de una embarcación a la deriva en el Mediterráneo. «Buscaba una narrativa alternativa a las barcas llenas de personas, ya que llegaba un mensaje de fenómeno de masas anónimo», explica Dezfuli. Desde entonces, el fotoperiodista ha localizado a 105 de aquellas personas y ha ido a visitar a 75 para mostrar su evolución y comprender la complejidad de una ruta migratoria que, asegura, es mucho más que el paso por el Mediterráneo. «Hay otras etapas tanto o más difíciles», dice.
En Barcelona, además de impactantes imágenes de vertidos petrolíferos en Lima, retratos de la nueva generación de raperos americanos y los efectos de los pesticidas tóxicos en México, también se puede ver la serie que hace unas semanas desató la polémica en Hungría: un reportaje gráfico sobre la vida doméstica y cotidiana de los Golden Boys, una comunidad filipina de personas mayores LGBTQI+ que comparte una casa en Manila y cuya exhibición llevó al gobierno húngaro a prohibir el acceso a la muestra a menores de 18 años y a forzar la dimisión del director del museo. Se trata, según la comisaria de exposiciones de World Press Photo, Martha Echevarría, del primer caso de censura al que se enfrenta la muestra en Europa. «Suele tener problemas en algunos países, en Europa es la primera vez», destaca. «Lo que ha ocurrido en Hungría confirma la importancia de la exposición», defiende la directora del CCCB, Judit Carrera.
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