InicioMúsicaEl magisterio electrónico de Pet Shop Boys clausura un Cruïlla de récord

El magisterio electrónico de Pet Shop Boys clausura un Cruïlla de récord

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«Somos una muestra de la Barcelona real, no de la Barcelona de postal», dijo el director del Cruïlla, Jordi Herreruela, horas antes de echar el cierre con un nuevo récord de público (77.000 personas, unas mil más que el año pasado) y consagrarse como festival de la gente normal; como cita de público abrumadoramente local que ha encontrado en la proximidad y la ‘barrecha’ la fórmula del éxito. En la mezcla imposible, impensable en casi cualquier otro lugar, del reguetón a pleno sol de The Tyets y el funeral filogrunge de The Smashing Pumpkins.

Si, también el Cruïlla tiene sus agobios, sus zonas ‘premium’ y tenderetes como de feria de muestras pija y hasta un puesto de una compañía eléctrica en el que la gente hacía cola para pintarse la cara o cazar papelitos al vuelo, pero, añadió Herreruela, es el público lo que identifica al festival. El público y, ya que estamos, también ese carromato portátil que repartía nectarinas de Aitona entre la gente. Festival de kilómetro cero y manga ancha, anchísima, para viajar sin necesidad de moverse demasiado del Manchester pop de los ochenta al Chicago acorazado de los noventa y del Londres tecnopop al Mataró de la nueva música urbana catalana.

En esas coordenadas se movió la última y multitudinaria jornada de un festival rendido una vez más a la infalible sabiduría electrónica de Pet Shop Boys. Hora y media larga de arrebato sintético y la explanada del Fòrum convertida en una elegante y distinguida discoteca. Embarcados en una gira antológica y retrospectiva, ‘Dreamworld: The Greatest Hits Live’, que va ya por su tercer año de vida, Neil Tennant y Chris Lowe salieron a escena con máscaras como de futurismo tribal y abrigos extragrandes que parecía estilosas batas de laboratorio, activaron la máquina de baile con ‘Suburbia’, y presumieron de hits transversales e intergeneracionales para poner a bailar a las más de 20.000 personas que abarrotaban el escenario principal.

Vale que casi calcaron su concierto en el Primavera Sound del año pasado (el primer tramo, de ‘Suburbia’ a ‘Domino Dancing’, fue prácticamente idéntico), pero a nadie pareció importarle demasiado: al filo de la madrugada, lo que pedía el público era bombo afilado, brío electrónico y cantar a pleno pulmón los estribillos de ‘You Were Always On My Mind’ y ‘Go West’ por millonésima vez.

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Generosos a la hora de hacer memoria, los ingleses exhumaron delicias de arte y ensayo sintético como ‘Paninaro’ y ‘Heart’; provocaron algunas deserciones cuando empalmaron ‘Dancing Star’, ‘Loneliness’ y ‘A New Bohemia’, las tres de su último disco; y acabaron reinando con distinción gracias al ímpetu de ‘Vocal’ y al atracón final de ‘It’s a Sin’, ‘West End Girls’ y ‘Being Boring’. Otra exhibición de magisterio pop y máxima fiabilidad a cargo de unas leyendas de otra época que siguen apurando su segunda o tercera juventud en pleno siglo XXI.


Billy Corgan, durante el concierto de Smashing Pumpkins


Adrián quiroga

Lo de Smashing Pumpkins, en cambio, ha envejecido regular. Portavoces de aquella angustia juvenil que transformó la década de los noventa en una barra libre de riffs acorazados y desgarros emocionales, los de Billy Corgan también llegaron al Cruïlla en modo retrospectivo, pero hasta que no se quitaron de encima la aparatosa y anticlimática versión de ‘Zoo Station’ de U2, demencial solo de batería incluido, no despegaron de verdad. Arrancaron furiosos pero plomizos con ‘The Everlasting Gaze’ y ‘Doomsday Clock’, y cuando todo apuntaba a ladrillo, rescataron ‘Today’ de los confines de ‘Siamese Dream’ y empezaron a remontar.

Corgan, sotana negra con botones rojos y voz como recién salida de los días de gloria de ‘Mellon Collie and the Infinite Sadness’, se metió al público en el bolsillo con ‘Tonight Tonight’; acunó la épica de ‘Disarm’ y ‘1979’; y atacó con saña eléctrica ‘Bullet With Butterfly Wings’ y ‘Cherub Rock’. Momento extrañísimo, eso si, en ‘Ava Adore’, con los hijos de Corgan correteando por el escenario mientras la banda despachaba angustia existencial y dramatismo saturado de distorsión. Por lo menos mejoró el recuerdo de su paso por el recinto del Fòrum en 2007.

Aún más lejos, años ochenta y alrededores, viajó Johnny Marr para contentar a quienes se agolpaban a los pies del escenario pidiendo un poco, lo que fuese, de maná pop y romanticismo inflamado años ochenta; un poco de aquella belleza incandescente e impetuosa que crearon The Smiths y que Marr dosificó en Barcelona, intercalando piezas de su carrera en solitario y de Electronic, proyectó que formó junto Bernard Summer (New Order), con sobresaltos emocionales como ‘Panic’, ‘This Charming Man’, ‘Stop Me If You Think You’ve Heard This One Before’ y ‘Bigmouth Strikes Again’.

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Johnny Marr, invocando a los Smiths


ADRIÁN QUIRGA

El público, claro, celebraba cada rescate de los Smiths con unos estallidos de euforia que acabaron empequeñeciendo el ímpetu de ‘Generate! Generate!’ o ‘Spirit, Power And Soul’, canciones post alianza Morrisey-Marr que, la verdad, poco tienen que hacer al lado de de ‘How Soon Is Now?’ y ‘There Is a Light That Never Goes Out’. Palabras mayores de uno de los repertorios más gloriosos del pop inglés que el guitarrista, efectivo en su papel de atípico guitar-hero, rescató con oficio y dedicación y apuntaló con una enérgica y fogosa versión de ‘The Passenger’ de Iggy Pop.

A primera hora, nadie pudo hacerle sombra a The Tyets, fenómeno de masas para todos los públicos (hacía tiempo que no se veía tanto crío y tanto carricoche en un concierto) que celebraron su meteórico ascenso, de servir copas en la barra del Cruïlla a actuar en el escenario principal del festival en solo cinco años, fundiendo músicas urbanas, domesticando el reguetón y brincando de ‘El tonteo’ al ‘Bailoteo’ para acabar invocando la sardana en una celebradísima ‘Coti x Coti’.

Content Source: www.abc.es

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