«Me han llamado bruja, puta y asesina». Así de fuerte arranca ‘Catching fire – The Story of Anita Pallenberg’ -vulgarmente traducida como ‘Anita Pallenberg, la musa de los Rolling Stones‘-, un extraordinario documental (disponible en Movistar+) que se adentra más y mejor en el lado oscuro de la banda que cualquier otro artefacto cultural sobre ella. Porque Anita, que falleció en 2017, no estaba dispuesta a irse sin contarlo todo. Absolutamente todo.
Ella, que aprendió «a correr antes que a andar» para refugiarse de los bombardeos aliados que asolaban Hamburgo a mediados de los cuarenta, vivió la vida en sprint y sin preocuparse de las fuerzas que le quedaran para el final. Hija de una familia relacionada con el arte de muy diferentes formas, pero extremadamente conservadora, pasó su infancia entre Alemania e Italia haciendo el gamberro por la calle y tomándose la experiencia vital de la forma más intrépida posible para comprobar por sí misma hasta dónde podían llegar sus habilidades. Tras abandonar el colegio, a los 19 años huyó a Nueva York buscando su versión del sueño americano. Y siendo como era ella, no es de extrañar que lo encontrara enseguida.
Al zambullirse en la escena cultural de la ciudad acabó lavándole los pinceles a Jasper Jones, haciéndose amiga de Andy Warhol y convirtiéndose en una asidua de los bizarros encuentros literarios de Allen Ginsberg. Se hizo modelo a su manera -detestaba las sesiones de peluquería y maquillaje-, y en unos de sus viajes para desfilar acabó conociendo a los Stones en Munich. Fue a verles tocar a un concierto que acabó en disturbio, y los tipos con los que asistió al concierto, borrachos como cubas, la retaron a ‘secuestrar’ a uno de los músicos. No sabían con quién estaban hablando.
Anita se coló en los camerinos, se dio de bruces con Brian Jones, le ofreció compartir un canuto de hachís y… amigos para siempre. El geniecillo rubio le pareció «muy guapo e inteligente», y acabaron haciéndose novios. Pero su afición compartida a la dietilamida del ácido lisérgico acabó enturbiando la relación. «Él empezó a tener malos viajes y la cosa se puso fea», cuenta Pallenberg en el documental. Con fea, se refiere a maltrato. Él la pegaba, pero muy pronto ella empezó a responder pegándole a él aún más «porque tenía más pelotas que cualquiera de ellos», cuenta su hijo Marlon en el filme, donde no oculta el rencor que siente hacia los Rolling, especialmente hacia su padre Keith Richards, por empujar a su madre hacia el caos.
Fue en esa violenta época cuando el guitarrista se enamoró de ella. No pudo evitar sentir atracción por la esbelta y misteriosa alemana, y empezó a ir a su casa con frecuencia, cosa que ella agradecía porque su novio no la pegaba en presencia de nadie más. Cuando Brian cayó a lo bestia en la espiral tóxica que terminaría acabando con su vida, Anita se entregó a los brazos de Richards. Estando Brian en rehabilitación en Toulouse, los dos se fueron de viaje por España sin decir nada a nadie. No tardarían en hacer pública su relación, pues unos meses más tarde, Brian contrató a dos prostitutas para hacer un cuarteto con Anita, y ella dijo basta. Poco después, él murió en una piscina llena de agua, cloro y efluvios barbitúricos.
Keith se puso un poco celoso cuando Anita, que por entonces también triunfaba como actriz de cine de vanguardia, grabó varias escenas eróticas con Mick Jagger en la película ‘Performance’, cuyo rodaje fue «una bacanal sin fin de ácido, hachís, cocaína y heroína». El cantante se encaprichó con ella, pero Anita no cayó bajo su embrujo y volvió con Richards para dar el paso definitivo en su relación: ser padres.
Fue entonces cuando llegó Marlon Richards -cuyo nombre completo, Marlon Leon Sundeep, evidencia el particular sentido del humor de la pareja ya que son las siglas de LSD-, un bebé perfectamente sano al que Keith, ojo al dato, cuidó con empeño y cariño durante sus primeros meses. «Cambiaba pañales y lo acunaba por las noches, cosa que ningún padre de la época solía hacer», cuenta Pallenberg. Pero la paternidad idílica duró lo que duró el descanso de los Rolling. En cuanto la maquinaria del rock’n’roll volvió a ponerse en marcha, él pasaba meses sin volver y ella acabó cayendo de nuevo en las drogas. «Cuando Keith volvía, yo intentaba pararle a él y él a mí, pero no lo conseguíamos», confiesa amargamente la polifacética artista.
La pareja fue viajando de país en país, huyendo de las cada vez más habituales redadas policiales contra las rock-stars que se producían en cada sitio por el que pasaban, hasta establecerse en Suiza. Allí tuvieron una hija, y poco después, Anita volvió a quedarse embarazada. Pero cuando nació el bebé, tuvo muchos problemas de salud y acabó falleciendo de muerte súbita a las ocho semanas. «Los médicos dijeron que yo no podía haber hecho nada, pero nunca dejaré de preguntarme qué habría pasado si me hubiese mantenido más sobria», llora la protagonista de un documental tremendo con muchas otras anécdotas increíblemente reveladoras, y cuyo punto álgido llega con la durísima intervención de Marlon al hablar sobre este triste suceso: «Ese día mi padre tenía un concierto en París. Pero cuando le llamaron para decirle lo que había ocurrido, no quiso volver con Anita. Mick y los demás le dijeron: «No toques hoy, tío. Tu hijo ha muerto». Pero él se empeñó en tocar y… estoy seguro de que tocó muy bien. Sí, tocó mejor que nunca».
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