Lo primero fue el temblor de piernas. Deslumbre, mareo y desborde emocional. Como Stendhal en Florencia, sólo que en la galería Lefevre de Londres y en pleno siglo XX. «Aún desconcertado, volví al cuadro y a la multitud. Mi principal dificultad era cómo casar el tema del cuadro con la filosofía del arte y las declaraciones públicas de Dalí tal como yo las recordaba. […] La pintura parecía de otro tiempo; una obra de un romanticismo desvergonzado en una época de clasicismo ecléctico», dejó dicho Tom Honeyman, director de la Kelvingrove Art Gallery and Museum de Glasgow.
Y, acto seguido, hizo lo único que podía hacer: sacó la chequera municipal y le entregó a Salvador Dalí8.200 libras esterlinas de la época, de 1951, para hacerse con ese cuadro de «romanticismo desvergonzado». Un cristo extático que provocó otro más terrenal (luego vamos a ello) y que parece flotar sobre la bahía de Portlligat. «Ver el cuadro físicamente produce una sensación de placer e inflamación cultural», destaca ahora el presidente de la Fundación Gala-Salvador Dalí, Jordi Mercader.
La buena noticia es que, durante unos cuantos meses, no hará falta cruzar el canal de la Mancha para vérselas, cara a cara, con ‘El Cristo’ (o ‘El Cristo de San Juan de la Cruz’, según a quién pregunten), ya que hasta el próximo mes de abril permanecerá colgado en el Teatro-Museo del artista en Figueras.
Una oportunidad única que devuelve a la casilla de salida un óleo de más de dos metros de altura que no se exponía en España desde 1952, cuando Dalí lo envió a la I Bienal Hispanoamericana de Arte junto a ‘La Madonna de Portlligat’ y ‘La espiga de San Juan’, entre otros cuadros.
Bocetos inéditos
«Quiero que mi próximo Cristo sea el cuadro que contenga más belleza y más alegría de cuanto se haya pintado hasta hoy. ¡Quiero pintar un Cristo que sea absolutamente lo contrario del Cristo materialista y salvajemente antimístico de Grünewald!», exclamó el propio Dalí antes de embarcarse en un proyecto que queda ahora documentado entre fotografías, cuadernos de bocetos inéditos, y un libro, ‘¿Por qué Dalí?’ (Planeta), en el que Javier Sierra, Antonio López y la directora de los museos Dalí, Montse Aguer, reflexionan sobre la figura del artista ampurdanés y su Cristo de Portlligat.
«Es una pintura icónica que Dalí tiene en mente desde 1942, cuando escribe ‘La vida secreta de Salvador Dalí’ –apunta Aguer–. Está buscando la fé, pero no la encuentra». De esa época es también ‘La cesta de pan’ (1945), cuadro que Dalí ideó casi como un diálogo con su Cristo crucificado y que se expone por primera vez junto a él. «El propio artista las relaciona, ya que inconscientemente está pensando en la eucaristía», detalla Aguer.
Dalí, añade la directora de los museos de Figueras, sigue la tradición y a la vez la rompe. Se refleja en Velázquez pero, al mismo tiempo, busca algo diferente. «Es una época de transición en la que nos habla de mecánica cuántica y de religión. Dalí huye de los cristos expresionistas y quiere plasmar un cristo bello, atlético y enigmático», explica Aguer. De ahí que, por más que el primer fogonazo creativo le sobreviniese tras ver en Ávila un billete en el que San Juan de la Cruz había pintado un éxtasis («la idea de la perspectiva y del trance se le quedan dentro», asegura Javier Sierra), el modelo escogido para realizar la versión final del cuadro fuese Russ Saunder, un gimnasta y doble de acción que le proporcionó Warner Bros.
La exposición cuenta también con complemento audiovisual
Fotografías inéditas demuestran ahora que, como mínimo, hubo otro modelo, aunque se desconoce qué papel tuvo en la ejecución del cuadro. Eso sí: se sospecha que, para captar a la perfección la posición y los músculos, Dalí lo (o los) colgaba del techo con pequeños descansos cada veinte minutos. Se sabe también que lo empezó en verano de 1951 y que para noviembre de ese mismo año ya lo había terminado.
En Figueras, donde la obra se expone por primera vez, le han construido una capilla «de contemplación» y un muro audiovisual que explica la historia del cuadro. La ocasión, qué menos, lo merece. «A Dalí le hubiese gustado mucho que se viese aquí –dice Aguer–. Además, ‘La cesta de pan’ no saldrá de aquí, por lo que hablamos de una exposición única».
Criticada y atacada
En Glasgow, ciudad en la que ‘El Cristo’ se ha expuesto de manera casi ininterrumpida desde mediados de los cincuenta, la obra se ha convertido en joya de la corona artística y en uno de los grandes reclamos, por no decir el mayor, de la Kelvingrove Art Gallery and Museum. Su aterrizaje, sin embargo, fue cualquier cosa menos plácido: su compra en 1951 provocó una agria polémica entre los habitantes de la ciudad, que consideraban que la desorbitada suma invertida (y eso que inicialmente Dalí pedía 12.000 libras) debería destinarse a espacios expositivos para artistas locales. Una década después, en 1961, un visitante atacó el cuadro con un ladrillo y dejó una herida cuya cicatriz es aún visible.
Ese mismo año, la princesa Margarita visitó el museo y, según Duncan M. Dorman, jefe de museos y colecciones de la ciudad «se mostró poco entusiasmada y comentó que el cuadro la había dejado bastante desconcertada». Ahí está en todo su esplendor, esa belleza enigmática y contorsionista que Dalí buscaba para una de sus obras religiosas más célebres. «La contemplación callada que proporciona puede ser que ofrezca espacio para una reflexión más amplia sobre la espiritualidad», concluye Dorman.
Ahora, con casi dos millones de visitantes al año y una colección que se ha quedado coja sin sin gran atractivo, seguro que el museo escocés está contando las horas para que Dalí vuelva a montar el Cristo en Glasgow.
Content Source: www.abc.es