Crítica de ‘Samsara’: una maravilla que te pide que cierres los ojos para verla

La obra de Lois Patiño gira en torno a motivos conceptuales, a partir de los cuales despliega su concepto poético, casi hipnótico, de materializar los sentidos a través de la fisicidad de las imágenes. En sus dos primeros largometrajes, trabajó a propósito de la distancia en cuanto a la observación (Costa da norte, 2013) y sobre las figuras estáticas en el paisaje (Lúa Vermella, 2020), ambos ambientados en Galicia, con la naturaleza y los mitos como elementos esenciales. En el caso de Samsara, estas cuestiones siguen estando muy presentes, pero el concepto se sitúa en el campo de lo espiritual, en una historia que comienza en una comunidad budista en Laos y desarrolla su segundo tramo en Zanzíbar.

Una anciana, al que un joven lee el Bardo Thödol, el libro tibetano de los muertos, que inicia un viaje de la vida a la muerte para llevar a culminar en su reencarnación, vertebra un film que se mueve entre el tono antropológico de Jean Rouch, las propuestas radicales (en cuanto a lo visual) de los cineastas experimentales estadounidenses y la ensoñación onírica de Apichatpong Weerasethakul. Una película que, entre sus dos fragmentos espaciales, invita al espectador a cerrar los ojos para disfrutar de una transición a ciegas que es un auténtico alumbramiento cinematográfico.

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