En películas como Aquí y ahora o La vida y nada más, por no hablar del documental Courtroom 3H, todos ellos rodados entre Florida y México, Antonio Méndez Esparza siempre ha trabajado con actores no profesionales, desapareciendo tras la cámara en busca de la verdad. Paradójicamente, en su primera película con actores profesionales, acaba reflexionando sobre los límites morales en la vampirización de la “gente corriente” en productos culturales, ya sean teatrales, cinematográficos o literarios.
El retrato de una élite cultural, tan reducida como endogámica, y con los colmillos siempre bien afilados a la caza de una buena historia, cueste lo que cueste, es algo caricatural (sobre todo el personaje de Aitana Sánchez-Gijón). Pero no desentona en un conjunto que mezcla con elegancia (y a eso sin duda no es ajena Clara Roquet, acreditada coguionista), neorrealismo en pos de justicia social y delirio operístico bajo un barniz de modernidad aupado, de entrada, por la gráfica de los espléndidos títulos de crédito y la melodramática partitura de Zeltia Montes.
Después de tanto hacer las Américas, esta adaptación de la novela homónima de Juan José Millás también es un retorno a Madrid para Esparza, un Madrid más allá de la M30, concretamente en Usera, con chabolas y descampados, como en el cine quinqui. Sólo le falta una rumba de El Fary, aunque supongo que es una decisión artística. La película funciona sobre todo como un vehículo (concretamente un taxi) para el lucimiento de Malena Alterio, que borda el papel de la ingenua castigada por la vida que, poco a poco, se va transformando en una mantis religiosa con kimono asesino, sin perder un ápice de su genuina ternura. Un auténtico tour de force, con momento Titane incluido.
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