Cimentar un personaje es tarea del guionista, del director y del actor; entre ellos le dan forma y fondo para que exprese, sugiera, viva y le haga sentir a la audiencia lo evidente y lo encubierto de su personalidad, y provea de todo lo preciso para desescamar con sencillez las diversas capas que tiene una historia compleja. El cine argentino, cuando lo borda, es un festón, una guirnalda, y es lo que ocurre aquí con los directores y guionistas, María Alché y Benjamín Naishtar, y con algunos de los personajes principales, y especialmente los que interpretan Marcelo Subiotto y Leonardo Sbaraglia, magníficos recipientes de toda la filosofía vital y supletoria que destila la película.Las tramas son humanas, inteligibles y ocurren en el marco de un centro universitario (Puan) y en el ámbito de la enseñanza de Filosofía. Muere repentinamente el titular de la Cátedra y Marcelo (Subiotto), que ha sido compañero, amigo y máximo colaborador, siente la obligación de llenar el vacío que deja y aspirar a esa Cátedra más por deber que interés; mientras que un reputado filósofo, Rafael Sujarchuk (Sbaraglia), vuelve desde Alemania y su capacidad de seducción apaga por completo la escasa luz de Marcelo. En fin, pura vida, ilusiones, ambiciones, decepciones, animadversiones…, nada que cualquier ser humano necesite ver en el cine para constatar que siempre, siempre, el botón de la chaqueta se aleja sutil y progresivamente de su ojal.La gracia, y más que la gracia, el talento está en la composición de esos personajes y en la brillantez de sus actores: Marcelo es honrado, discreto, con predisposición a la transparencia y la calamidad (le ocurren varias y ‘graciosas’), también es comilón y tiene un pudor que convierte sin querer en impudicia. Y Sujarchuk es brillante, pedante, triunfador, estiloso y, en cierto modo, buen tipo, aunque Sbaraglia sabe ponerle afectación y doblez para que a nadie, ni al espectador, se le escape el pitido de alarma. Qué bien tramadas y explicadas están las interioridades de ambos, y también del resto de personajes en lo que es un elenco fabuloso.Además de esto, que es muchísimo, pues coge al individuo como es y siente, incluso se puede decir que como debería de ser y casi sentir, la película abunda en descripción social, universitaria y hasta filosófica, y no vienen mal las digresiones, retóricas y pedagogías del alma cándida de Marcelo al respecto, que igual entra a los clásicos que a cantarse un tango. Y hay tantos momentos de disfrute con sus clases, ‘performances’, tropezones y dudas existenciales e insignificantes, grotescas, que uno recorre su historia algo apesadumbrado pero sin perder la sonrisa.
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