Hay cineastas que conocen teclas que no están en la escala ordinaria de lo sentimental y que consiguen que su cine toque una partitura especial y que llegue al espectador una música, una emoción, distinta, sorprendente. Y Alexander Payne es uno de ellos. Ocurre con su maravillosa y disfrutona ‘Entre copas’, con la enormemente cálida y profunda ‘Nebraska’ o con esa casi comedia sobre dolorosas verdades que es ‘Los descendientes’. Y ocurre completamente en esta última, ‘Los que se quedan’, en la que sin hablar de nada más que el ser humano y su teclado emocional suena una melodía que te anima a ver el mundo como si hubiera que estrenarlo.
La construcción precisa de sus personajes, siempre moviéndose sutilmente de lo lejano a lo cercano; el fraseo inteligente, los diálogos en punta y rebosantes de luz y sentido del humor; la puesta en escena y en plano de la historia, tan a favor de ella, tan a favor tuyo… Se está tan cómodo en las películas de Alexander Payne, aunque lo que te cuente esté lleno de aristas, de pasadizos y oscuridades que no siempre son agradables en los demás y mucho menos en uno mismo.
El argumento de ‘Los que se quedan’ está empaquetado de ese modo especial para ir sintiéndolo, en vez de ese modelo ya tan habitual de ‘para ir dejándolo de sentir’. Unos pocos personajes dolientes, un profesor odioso en un colegio de élite, unos alumnos desplazados por su propia familia, una mujer, cocinera en el colegio, que ha perdido a su hijo… Personajes a los que el argumento, la historia interior, modela de un modo cambiante sobre la marcha: es Navidad, el colegio se cierra, pero hay una situación de guardia para los pocos alumnos que no tienen donde ir y para algún profesor que tampoco.
Es tarea de la película, del director y de ti mismo conocer en su poco a poco, en su respiración agitada o moderada, a ese profesor que interpreta (magistralmente) Paul Giamatti, que doma con notable gracia y seriedad cada uno de los clichés con los que se nos presenta en la pantalla; comprender el sentido, la motivación y el flujo y reflujo de sus asperezas y frustraciones, de sus maldades y bondades… Del mismo modo, Payne busca las rendijas por las que entrar a sus otros personajes, al joven antipático y sin sitio en el mundo (Dominic Sessa) y al resto de entramado de almas llenas de carencias, virtudes y malicias que sustancian el pudding del que todos estamos hechos.
Tiene ‘Los que se quedan’ ese algo contra lo que no hay defensa, un encanto áspero que se suaviza al contacto con tu piel, una tristeza profunda y que, milagrosamente, provoca alegría y en cierto modo esperanza, la idea de que la amargura no hay modo de endulzarla, pero unas gotas de ironía, de rabia, de malicia, la convierten en algo potable con lo que llenar la cantimplora. ¿por qué se sale tan feliz de las tristes historias de Alexander Payne?, pues porque toca nuestras teclas blancas como si fueran negras, y las negras, como si fueran blancas.
Content Source: www.abc.es