Bayona siempre ha buscado la emoción en la acción más grandiosa y espectacular, la chispa de humanidad en medio de un aparatoso despliegue controlado con meditadas demostraciones de gran destreza técnica, y eso, en La sociedad de la nieve, le sale mejor que nunca. Hay que admirar el rigor en la reconstrucción –avión de idéntico tamaño, rodaje en condiciones similares en Sierra Nevada…–; su autenticidad, utilizando efectos especiales sólo cuando es necesario y, por supuesto, las escenas más espectaculares, como la caída del avión o la avalancha.
Pero, lo que hace que esta sea su mejor película reside en que esa búsqueda de la emoción no se queda en momentos de melodrama lacrimógeno, sino que alcanza una dimensión espiritual realmente trascendente, cosa que logra, porque ya no se centra en un puñado de personajes con roles, dramáticos y sociales, perfectamente definidos, o estereotipados, sino que apuesta por el grupo como un ente orgánico, que incluye tanto a los vivos como a los muertos, una masa de múltiples caras que representa a toda la humanidad, desnudada en una situación límite, dispuesta a todo para sobrevivir.
Y quizás esa sea la respuesta a la enigmática pregunta que encierra, y de hecho plantea, la película: ¿Por qué volver sobre una historia tan archiconocida –dos veces llevada al cine, mil veces escrita y paseada por todas las televisiones del mundo–, que además gira en torno a un tema tan incómodo y perturbador como comerse a los amigos?
Al margen de las respuestas más racionales que se han dado –contar correctamente la historia, despojarla del sensacionalismo, honrar a los muertos con sus verdaderos nombres…–, la idea puede no ser otra que reconciliarnos con nuestro instinto de supervivencia, apaciguar nuestra culpa por priorizar nuestra necesidad de seguir respirando.
Para acabar de congraciarnos con nuestra humanidad, la película nos dice que, incluso en esa situación tan extrema, surge el espíritu de comunidad, dejando de lado lo que podría haber pasado de no haber llegado la ayuda a tiempo, cuando ya no quedara alimento muerto.
En ese sentido, es la antítesis de El señor de las Moscas, todo un tratado de filosofía humanista que se traduce, en la gran pantalla, con un sinfónico poema visual en el que los insignificantes supervivientes plantan cara a la magnífica y todopoderosa montaña, que no logra aniquilarlos con su indiferencia.
Nuestra candidata al Oscar de habla no inglesa es un glorioso David contra Goliat, que sale airoso de cuantos retos que se plantea. A tono con la dimensión espiritual del filme, la carne se toma como el cuerpo y la sangre de Cristo en la Iglesia, con la misma reverencia. Bayona logra el equilibrio justo entre lo que puede y no debe mostrar, sin caer en lo escabroso, pero sin escamotear la triste y siniestra realidad.
La experiencia para el público, el gran público al que va dirigida, es inolvidable. Puede resultar “sanadora”, como se dice ahora todo el tiempo y en cualquier parte. Pero también es simplemente cine, vivir la aventura, estar ahí.
FICHA TÉCNICA
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Director:
J.A. Bayona
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Género:
Drama
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País:
España
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Sinopsis:
En 1972, un avión de la Fuerza Aérea Uruguaya encargado de llevar a un equipo de rugby a Chile, se estrelló en un glaciar en mitad de los Andes. Los pasajeros que sobrevivieron tuvieron que aguantar en un entorno hostil e inaccesible y se vieron obligados a hacer cosas impensables para mantenerse con vida.
Guion: J.A. Bayona, Bernat Vilaplana, Jaime Marqués, Nicolás Casariego (novela de Pablo Vierci)
Reparto: Enzo Vogrincic, Agustín Pardella, Matías Recalt, Esteban Bigliardi, Diego Vegezzi
Duración: 144 min.
Veredicto: Una experiencia inmersiva, mejor en ayunas y con el aire a tope.
Distribuidora: Netflix
Estreno: 15/12/2023
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Content Source: www.20minutos.es