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Crítica de ‘El clan de hierro’ (**): Todos los juguetes rotos de casa

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El canadiense Sean Durkin, que dirigió hace años la extraña y muy valorada ‘Martha Marcy May Marlene’ sobre los círculos cerrados de una secta, altera aquí en cierto modo el orden de los factores pero no el producto: el círculo cerrado de un clan familiar y deportivo. La vida real de los hermanos Von Erich, que dedicaron su vida al ‘wrestling’ o lucha libre espoleados siempre por su propio padre, frustrado en ese deporte hasta la completa obsesión.Película llena de pectorales, entrenamientos, combates, ‘llaves’ y una mezcla entre la lucha real y el espectáculo, pero también llena de vida familiar, auténtica hermandad y una caída progresiva y depresiva motivada tanto por lo deportivo como por lo humano y paterno filial. De la parte sórdida y depresiva de este deporte ya habló Darren Aranofsky en ‘The wrestler’ (El luchador), con un Mickey Rourke impresionante en el mejor trabajo actoral de su vida, y que aquí se derrama o reparte entre los tres hijos y sus diversas fatalidades. Interpretados por Zac Efron, Jeremy Allen White y Harris Dickinson (el de ‘Triángulo de la tristeza’), realmente fantásticos los tres y especialmente Zac Efron, quien, con el rostro algo perjudicado y un tono muscular excesivo, rarote, se saca a sí mismo una cantidad insólita de matices para componer su complejo personaje de hermano mayor, preferido, preterido, creído y descreído. Excelente.No tiene el empaque de una gran producción, pero capta bien la ambientación y la complicada estética de los años setenta y ochenta, igual que las peculiaridades de ese deporte tan fronterizo y en cierto modo grotesco y su entorno muy cercano al espectáculo circense. Aunque lo mejor ambientado es el círculo familiar, el absoluto control físico y ‘espiritual’ del patriarca, interpretado con enorme fuerza por Holt McCallary, conocido especialmente por la serie ‘Mindhunter’ y uno de esos secundarios rocosos que ennoblecen los momentos más duros del cine de acción, y la mezcla de devoción, desconfianza y sentido de pertenencia que transmitía a sus hijos.Son momentos de buen cine, de finísima interpretación y de máxima sutileza en el trato de las emociones cuando el padre toma las decisiones sobre cuál de sus hijos es el que debe prepararse para competir por el campeonato mundial. O todos esos en los que se desliza la sugerencia de que una especie de maldición persigue a los miembros de la familia, y la dependencia entre los hermanos, la necesidad de contacto entre ellos o la forma de contar y de soportar las fatalidades que parecen perseguirlos.Es de suponer que la película le interesará más a todo aquel que conozca el entresijo del ‘wresting’, a los que han sido sus estrellas y sus juguetes rotos, pero como historia dramática, de ilusiones perdidas y de batidos emocionales y familiares, le resultará intensa y cercana a cualquiera.

Content Source: www.abc.es

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