Quizás sea pecado sugerir que el lugar que ocupaba la Cazafantasmas original, dirigida por el fallecido Ivan Reitman (a la que esta, coescrita por su hijo, va dedicada), en ese corpus ya de por sí sobrevalorado que se conoce como “cine de los 80” era algo desproporcionado (aunque yo me compré el jersey con la señal de Prohibido fantasmas). La icónica canción de Ray Parker Jr., que todos tarareamos alguna vez, mantiene su gracia (aquí apenas sí suena en la última escena) y la protagonizaron cómicos de raza (todos vuelven, salvo los fallecidos), qué duda cabe. Pero pasó a la historia como un éxito comercial y poco más (la vi con el jersey puesto, pero como experiencia cinéfila, entre otras, fue de lo más decepcionante).
En cualquier caso, Cazafantasmas: Más allá (2021), que podía verse tanto como una tardía secuela de la olvidada Cazafantasmas 2 como un reboot de la franquicia con nuevos personajes, ya nos dejó más bien fríos, cual anticipo de este imperio helado. En ambos casos se trata de una mezcla, algo indigesta, de nostalgia ochentera y de reformulación contemporánea. No hace falta hacer la lista de los ingredientes de lo primero, está todo: además de los cómicos veteranos en modo de apariciones especiales más o menos divertidas –el mejor: Dan Aykroyd en modo Jiménez del Oso youtuber–, reaparecen, como en Cazafantasmas: Más allá, los cachivaches retrofuturistas, el clásico automóvil adaptado, los monos, el cuartel de bomberos, y algunos de los ectoplasmas más entrañables, populares e identificables con la película de 1984.
En cuanto a la actualización de esta iconografía, la película de Jason Reitman nos presentaba a los descendientes de Egon Spengler, el personaje otrora interpretado por el fallecido Harold Ramis, una pareja de hermanos de lo más centennial: Phoebe (Mckenna Grace) y Trevor (Finn Wolfhard), ambos con un toque bastante pronunciado de ambigüedad fluida, y bajo la tutela de la pareja formada por Carrie Coon y Paul Rudd, en la piel de un flipado de Los Cazafantasmas. Los más interesante de esta nueva entrega, totalmente ambientada en Nueva York y dirigida por Gil Kenan (coguionista de la anterior y director de Monster High), está sin duda en el amago de romance de Phoebe y una atractiva fantasma adolescente, como si la primera fuese Kristen Stewart protagonizando un remake de Ghost: Más allá del amor. Pero no va muy lejos.
El resto vuelve a ser otra mezcla imposible: la de una comedia familiar de humor blanquísimo, y más bien sepulcral (apenas si se oyeron risas en una sala repleta), con lluvia de efectos especiales tan espectaculares como anodinos y acción supuestamente desenfrenada, más bien rutinaria, que la música atronadora y grandilocuente de Dario Marianelli trata de ensalzar en todo momento a base de reventar altavoces y tímpanos. La escuela Hans Zimmer ha hecho mucho daño (a los oídos).
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Content Source: www.20minutos.es