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‘Back to black’: Amy Winehouse, del cielo del jazz y las Shangri-Las al purgatorio del celuloide pop

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Suena ‘Ghost Town’, suite tóxica y neblinosa con la que los Specials encapsularon el ‘zeitgeist’ de la Inglaterra de los primeros ochenta y, maravillas del ‘timing’, Blake Fielder-Civil, uno de los supervillanos de esta historia, irrumpe en el pub y se intuye elefante, cacharrería y cataclismo atómico. En la misma escena, pero poco después, epifanía de las gordas: Fielder-Civil, convertido aquí en fulano beatífico con sombrero ridículo y polo Fred Perry, poco más que un tipo que pasaba por ahí, se saca una libra del bolsillo y pincha en la gramola del local ‘Leader Of The Pack’. Coreografía risible y ojos como platos. Porque Amy acaba de descubrir a las Shangri-Las y su corazón palpita como una manada de búfalos desbocados. «Is she really going out with him?», preguntan las de Mary Weiss. Y, vaya, ya sabemos todos cuál es la respuesta.

A falta de mayores alegrías narrativas y mientras ‘Back To Black’ chapotea alegremente en todos y cada uno de los charcos del ‘biopic’ fallido e involuntariamente paródico (a saber: nulo desarrollo del personaje, interpretaciones caricaturescas, bebercio y fornicio como única vía de acceso al estrellato….), son momentos como estos, pequeñas muescas en la autobiografía musical y sentimental de Amy Winehouse, los que amortiguan el siniestro total.

Sus canciones, por lo que sea, no suenan en portentosa versión original sincronizada con las imágenes, sino cantadas con tino desigual (‘spoiler’: no se salva casi ni una) y mandíbula al filo de la luxación fatal por la actriz Marisa Abela, pero si en algo acierta la película es en subrayar la pasión enfermiza por el jazz de la inglesa y su construcción como artista a través de la superposición de retales históricos y materiales prestados. «¿Parezco una Shangri-La?», le pregunta a su abuela cuando entran en escena el moño de proporciones babilónicas y el ‘eyeliner’ como arma de guerra y conquista. «Y también una de las Ronettes», le responde Cynthia Winehouse, la única toma de tierra que mantiene a la cantante con los pies en el suelo. De fondo, de nuevo el melodrama adolescente de las de Queens y su ‘Dressed In Black’. 

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Desfilan junto a ellas otros espectros invitados como Thelonious Monk, Dinah Washington, Sarah Vaughan, Billie Holiday y, cómo no, su adorado Tony Bennett, de quien se recuperan imágenes de la gala de los Grammy de 2008 pero, incomprensiblemente, no se recrea, ni siquiera se menta, ese ‘Body & Soul’ que grabaron juntos en 2011. También aquí la realidad puede con la ficción y el documental ‘Amy’, de Asif Kapadia, gana por goleada a ‘Back To Black’.

Puntos ciegos

Se entiende todo mejor si nos fijamos en ese momento en el que, mediada ya la película y convertida Winehouse en la cantante británica más vendida en Estados Unidos gracias al tirón del disco ‘Back To Black’, ofrece una entrevista en la que viene a decir escribe canciones porque, vaya, no sabría hacer otra cosa. Sus dotes como compositora, sin embargo, son un agujero negro. Un punto ciego que, salvo los segundos que la película dedica al nacimiento de ‘Stronger Than Me’, no parecen despertar demasiado interés ni al guionista Matt Greenhalgh ni a la directora Sam Taylor-Johnson. Mejor otra copa, otro trago y el enésimo estallido de furia ante los ‘paparazzi’.

A la media hora ya hemos perdido la cuenta de las veces que aparece Abela.Winehouse dando tumbos amorrada a una botella o a un vaso de pinta, pero de aquello de escribir para sanar la herida, para intentar arrancarse los demonios de dentro, más bien poco. Como el Johnny Cash de ‘En la cuerda floja’, parece que uno solo pueda aspirar al estrellato y convertirse en leyenda entrompándose de lo lindo y engullendo pastillas como si no hubiese un mañana. Eso sí: hasta en dos ocasiones repite a gritos a que «no es una puta Spice Girl» e incluso suena a volumen atronador ‘Doo Wop’ (That Thing)’, de Lauryn Hill, ejemplo de artista empoderada y rabiosamente independiente.

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Asoma también la cabeza el ‘Don’t Look Back Into The Sun’ de los Libertines (otro momento de guiño-guiño-codazo, aunque ni rastro de Pete Doherty más allá de una nota a pie de página) y viajan en el tiempo el Dublin Castle y el Ronnie Scott’s Jazz Club, leyendas londinenses de lo suyo, pero entre tanta brocha gorda destaca la sutileza, una vez más, de Nick Cave y Warren Ellis, responsables de llenar los huecos entre canción y canción con argamasa de campanillas y sintetizadores. La banda sonora de la devastación, de un cuento de vampiros en el que se han querido esconder bajo la alfombra los restos de sangre, fundiendo a negro con la voz cavernaria de Cave cantando, a modo de réquiem, «but if you go now I’ll stay in your way / and I will think of you every day». Algo es algo.

Content Source: www.abc.es

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