En el primer fotograma de ‘No me llame Ternera’ se recuerda –texto blanco sobre fondo negro– a las más de 850 víctimas mortales de ETA; en el último, una cartela asegura que, tras 50 años de asesinatos, los terroristas no consiguieron «ninguno de sus objetivos fundacionales». En esa historia de muerte, estulticia y deshonor hay un nombre que siempre estuvo ahí, José Antonio Urrutikoetxea, alias Josu ‘Ternera’, exdirigente de ETA al que Jordi Évole se ha prestado a dar voz en la entrevista filmada que este viernes se estrena en Netflix.
Más allá de las disquisiciones morales de cada periodista y medio de comunicación sobre entrevistar o no a un terrorista, lo objetivo es que Jordi Évole comienza el documental ‘No me llame Ternera’ con un juego narrativo más que evidente: centra la cámara en la mirada de una víctima de ETA a la que ofrece la posibilidad de descubrir más sobre qué pasó en el atentado que sufrió en 1976. Le dice que han preparado un documental con una entrevista a Josu Ternera y que les ha dado nuevos datos de aquel acto. «Es la primera vez que oigo de mi atentado por un terrorista de ETA» –dice– «han pasado ya muchos años y me gustaría saber lo que no sé». «Pues lo invito a verlo». Y la cámara gira lentamente de sus ojos a la pantalla de un monitor donde aparece por primera vez Josu Ternera. Un recurso cinematográfico donde posiciona al espectador en el lugar de la víctima. A partir de ahí, y durante cerca de 90 minutos, será el terrorista el que tome la palabra ante Évole.
La primera fotografía refleja a un hombre viejo de impasibles ojos hundidos sobre sus pómulos. El primer gesto en cámara es una tos ronca, seca, casi un estertor. Camisa blanca y americana. Hay que fijarse en la escena: Jordi Évole elige una luz tenue y dura, muy pesada, que genera una atmósfera densa. Es una decisión estilística: quiere demostrar que va a ser duro, que la tensión se corta en esa sala. Terrorista y periodista se sientan en la misma mesa, una tabla pegada a un ventanuco en una casa de San Juan de Luz, Francia. Fuera de la ventana, el verde infinito del campo. Por dentro, la oscuridad de la sala, tanta como el alma que con sus palabras dejará ver pronto el entrevistado.
«Sé que a usted no le gusta que le llamen Ternera, pero hablando con su entorno le llaman así, ¿de dónde viene ese apodo?», arranca Jordi Évole. Es la primera pregunta. La explicación del etarra da igual, más allá de que un compañero terrorista le dijo una vez que se había comportado «como una ternera». Y de ahí el mote. Y de ahí el pie para que Évole introduzca unas imágenes que recuerdan todos los atentados que ETA organizó cuando su entrevistado era dirigente; también su posterior periplo judicial tanto en Francia como en España. Le suceden imágenes de su etapa como diputado de Herri Batasuna y su posterior fuga, cuando se mantuvo como prófugo 17 años. La cronología abarca a la negociación con sucesivos gobiernos durante el final de la actividad terrorista para desembocar en la lectura, por parte de Ternera, del último comunicado de ETA en 2018.
Una vida dedicada al crimen
Porque Josu Ternera ha estado toda la vida en ETA, desde que entrara «como voluntario» siendo menor de edad a finales de la década de los sesenta, hasta que ocupó la cúpula durante años. Estaba también en el paso a la legalidad de Batasuna, donde recogió el acta de diputado. Hay que detenerse un segundo ahí, antes de ir a escenas más concretas. Estamos a mitad de la entrevista, Ternera lleva media hora arrogándose la capacidad de hablar en nombre del pueblo vasco, y Évole le pregunta por qué lo hace si en elecciones nunca han pasado del 20 por ciento del voto. También le dice que el año en que coge el acta de diputado hay 23 muertos, más que el año anterior. Y que la siguiente vez que se presentan a elecciones, Herri Batasuna pierde la mitad de electores. ¿Fue decisión ética o estratégica?
Es en ese punto cuando se vislumbra el motivo por el que Ternera ha concedido la entrevista: quiere blanquearse, definirse como el hombre que en cierto momento quiso frenar la «espiral de violencia». Imposible de creer. No con lo que ha dicho antes y lo que Évole le hará decir después, como cuando justifica que en los 21 muertos del atentado de Hipercor en Barcelona «el Estado no protegió a sus ciudadanos» o cuando apunta, sin torcer el gesto, que los niños que murieron en la casa cuartel de Zaragoza no deberían haber estado con sus padres porque ETA ya avisó de que los cuarteles eran objetivos. «Soy el primero en sentir que esas víctimas sean críos», dice, mientras Évole señala su «cinismo».
¿Y los Guardias Civiles que murieron? «Ya sabían cuál era su función. ¿No decían todo por la patria? Si iban a cuarteles cerca del País Vasco…». Y se empeña en asegurar que no estaba en la dirección de ETA en ese año, 1987, pese a que la Guardia Civil y compañeros de la banda terrorista así lo señalan. De nuevo se deduce el objetivo de la entrevista: su defensa y ‘blanqueamiento’, hacer ver que él no era dirigente en los años más terribles de ETA.
No merece la pena transcribir cómo justifica que un comando lanzara un coche bomba al cuartel de Vich viendo que al final de la cuesta un puñado de niños jugaba en el patio. Murieron cinco menores y cuatro adultos. Tampoco la escalofriante frialdad con la que compara los 532 días de Ortega Lara en un zulo con los días que los etarras pasan en prisión. Igual que hay que hacer un esfuerzo por no retorcerse cuando dice que «fue un error político y humano irreversible» el tiro a traición con el que ‘Txapote’ asesinó a Miguel Ángel Blanco.
Una mente terrorista hundida en sus contradicciones
Párrafo aparte merece la fórmula periodística con la que Évole se acerca a Ternera. Se puede hacer una entrevista donde se interpele todo el rato al entrevistado exigiendo datos, cifras, números y respuestas concretas. O se puede dejar al de enfrente que hable para que descubra sus propias incongruencias, su falta de moralidad y el mundo alternativo creado a partir de una mentira en el que ha habitado 50 años, donde los atentados son «acciones» y los terroristas son «la organización».
Eso no significa que no haya ocasiones donde atosigue al entrevistado, como cuando lo llama «cínico» por la forma en la que categoriza a las víctimas, cosa que Ternera minutos antes decía que jamás hacían ellos, que eso «era cosa de las fuerzas del Estado». Pero el ejemplo más claro de ese cocinar a Ternera en su salsa es cuando el terrorista se hace el indignado con el «indiscriminado» terrorismo de los yihadistas. Al rato, cuando hablan sobre Hipercor, Évole le recuerda esa crítica a la manera de actuar de los yihadistas. También le señala que en la bomba del centro comercial había escamas de jabón para que se extendiera el fuego y que muchos de los asesinados murieron quemados. Todo tiene justificación para el terrorista: Si las «acciones de la organización» dejaban víctimas que no eran el «objetivo», era simplemente «un error». Y ya está. «Fue un error», repite en varias ocasiones. Nunca acompañadas de un arrepentimiento, eso sí. También dice, en el tramo final: «Hacer terrorismo es lo más fácil del mundo».
Más allá de otros encontronazos, de otras justificaciones increíbles, de más muestras de insensibilidad… Hay un momento en el que Ternera lleva unos minutos tratando de justificar ante Évole que al final de los años de ETA en activo, él ya no formaba parte de «la organización». «¿Extraño que alguien que no está en ETA lea el último comunicado de ETA, no?» «Es extraño pero es así», replica, con una mueca. Estamos casi al final de la entrevista.
Apenas un puñado más de preguntas hará Jordi Évole: ¿Le da miedo la muerte? «En absoluto» ¿Tiene remordimientos si mira hacia atrás? En la respuesta, lanza una perorata para acabar diciendo que se arrepiente de no haber hecho «más de lo que he hecho» por parar «esta espiral de violencia». «Quizá podría haber hecho más», llega a decir quien más años estuvo al frente de la organización terrorista, según las fuerzas policiales.
¿Asume las muertes provocadas por su comandos? Esta sí merece la pena la transcripción a vuela pluma de un extracto de la respuesta: «Asumo mis responsabilidades, lo que hice en tanto que militante de la organización». ¿Qué le diría a Francisco [la víctima herida en el atentado de 1976 del que ahora se autoinculpa en la entrevista, sabiendo que es anterior a la ley de amnistía de 1977]? «Que lo siento». ¿Y al alcalde, la víctima mortal? «Sí, sí»… La cosa llega al final: ¿Ha tenido sentido todo esto? «Mire, si la pregunta que me hace es que mi vida ha tenido sentido […] Le diría que durante 50 años he participado en las luchas del pueblo vasco con muchos aciertos y errores. Malo sería para cualquier persona que después de 50 años luchando su vida no tiene sentido. Sería monstruoso».
El documental termina con las palabras de Francisco Ruiz Sánchez recordando todos los asesinatos sin resolver que quedan pendientes y de los que los terroristas se niegan a facilitar datos que alivien el dolor de no saber quién mató a un familiar. Y una frase demoledora: «No lo he visto arrepentido», dice Francisco. Y es el mejor resumen de ‘No me llame Ternera’.
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