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¿A quién le importa ‘Juan José’, la ópera de Sorozábal que regresa a la Zarzuela?

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Vuelve al Teatro de la Zarzuela ‘Juan José’, ópera de Pablo Sorozábal basada en la obra teatral de Joaquín Dicenta, que entretuvo al compositor en sus últimas décadas mientras digería sus miedos, contradicciones, anhelos artísticos y sinsabores. También hay que incluir en el paquete el empeño por convertir el desplante en exabrupto si se daba la ocasión de oponerse ante lo inconveniente. La ola de cariño que concita su retrato tiene mucho que ver con esa fiera oposición a lo establecido y a la habilidad para contarlo desde el lado de los sometidos. La historia de ‘Juan José’ lo refleja con claridad: en 1968 se dio por terminada la obra y en 1979 se preparó su estreno en la Zarzuela abortado por el propio Sorozábal tras una campaña victimista y un tanto artificial. Treinta años después se escuchó en Donostia y aún en 2016 llegó el estrenó escénico en la Zarzuela. Hay que insistir en la idea general de que el medio siglo de altibajos ha corrido a favor de Pablo Sorozábal, hoy definitivamente admirado por obras maestras como ‘Adiós a la bohemia’ (que tanto dio a ‘Juan José’) y tan querido por su mezcla de altanería y sobriedad.

Se percibe con claridad en el artículo del especialista Mario Ledesma que se incluye en el libro-programa editado por la Zarzuela y que recupera el contenido del publicado para el estreno en el 16. Pero no importa tanto la muy cuidada apariencia del relato y su decidida apuesta por la obra de Sorozábal como la aparición de alguna idea que añade picante a la narración. Quizá sea el título, ‘Juan José o el último grito’, con el que se proclama la condición superviviente de una obra que trató de salvar del naufragio al teatro musical español a pesar de que sus posibilidades de futuro, ya en 1968, sonaban a reliquia. Según el propio Sorozábal, ‘Juan José’ venía a conjugar el «drama social madrileño sin folclorismo», aquí a partir del folletinesco y en su época muy exitoso texto de Joaquín Dicenta, con la posibilidad de recuperar el género chico pero «dándole la dimensión de ópera». No es extraño que ante semejante propósito a Sorozábal le aterrara la idea del fracaso, entre otras cosas porque, lo dice Ledesma, se trataba de dar «batalla contra una realidad que ni comprendía, ni le comprendía».

Colocados ante semejante disyunción llega ahora el fervoroso aplauso de los espectadores que asistieron a la primera representación del jueves en la Zarzuela. Si ‘Juan José’, tras el estreno escénico de 2016, dejó tras de sí una buena relación de artículos en los que sin recato se abordaban las deficiencias de una obra de pesante discurso, agotadora dramaturgia y tediosa musicalidad (muy a pesar de los amagos de brillo que corresponden a un músico de extraordinario talento y estupenda escritura), hoy su consideración es más fácil porque también el ambiente es menos exigente. En un espacio realmente crítico, reprogramar ‘Juan José’ habría sido una temeridad, pero, una vez que el Teatro de la Zarzuela ha demostrado que la llamada ‘ópera española’ (o al menos las obras que en los últimos años la han defendido desde su escenario) se puede convertir en un asunto realmente inquietante, la ópera de Sorozábal regresa convertida en una brisa perfectamente tolerable.

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Al menos si se presenta con la solidez de un reparto de voces tan potentes y entrenadas, toda ellas capaces de superar la dificultad de una partitura que requiere arrestos y los pies bien plantados. Ahí están los protagonistas, Juan Jesús Rodríguez y Saioa Hernández, y junto a ellos Vanessa Goikoetxea, María Luisa Corbacho, Alejandro del Cerro y Simón Orfila, que conoce la historia de ‘Juan José’ desde su primer estreno. La dirección musical de Miguel Ángel Gómez-Martínez tiene una firmeza indudable, que beneficia al resultado orquestal, lleva a la voces con comodidad y observa la obra con una tenacidad realmente perseverante.

En lo que respecta a la puesta en escena, el trabajo de José Carlos Plaza sigue vivo porque en él está inscrita la dimensión marmórea de una obra que es un congelado de tipos, situaciones y consecuencias decididamente innegociables y que el director gestiona con sobriedad y pericia. No hace falta discurrir demasiado para comprender, apenas se ha levantado el telón, que la muerte de Rosa a manos de Juan José es un hecho incontrovertible, del mismo modo que no hace falta ir mucho más lejos para comprender que la lobreguez de la taberna en la que comienza todo es, en realidad, la tiniebla en la que viven Juan José y los suyos. Que luego el resultado sea, como escribe Plaza, el «retrato de una realidad desgraciadamente no muy lejana», es cuando menos la buena intención que hizo posible de ‘Juan José’.

Content Source: www.abc.es

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