El director vietnamita Trân Anh Hùng, conocido mundialmente por su película ‘El olor de la papaya verde‘, la primera que hizo y la que lo señaló como un cineasta con enorme talento para implicar sensorialmente al espectador con el interior de sus historias, ha encontrado en el personaje de Dodin Bouffant (extraído no de la realidad, sino de la novela de Marcel Rouff) un excelente motivo para potenciar al máximo esa relación entre su cine y los sentidos del público. Ambientada en una zona rural francesa durante el Siglo XIX, Bouffant representa la idea del gourmet, un hombre embelesado en las artes culinarias. La historia de ‘A fuego lento‘ muestra la relación absoluta de este hombre con el refinamiento de la cocina y con su mujer y cocinera, Eugenie.
La sensitiva cámara de Trân Anh Hùng (en manos de Jonathan Ricquebourg) recoge hasta la última brizna de la maravillosa luz de interiores en esas cocinas, lugar primordial de la historia, y también se esfuerza por transmitir lo sabores y aromas y sentimientos que ahí se cuecen. La minuciosa y laboriosa preparación de los platos; las coreografías de hervores y maridajes; la peculiar manera de entenderlos y saborearlos, y el amor capturado por la cámara de esa mujer, ese hombre y la obra conjunta que realizan, es el caldo argumental de esta película que abre los poros.
Las elecciones de luz, encuadre y ‘tempo’ son realmente exquisitas, pero la mejor elección del director ha sido su pareja protagonista, Benoït Magimel y Juliette Binoche, que fueron pareja en la vida real y que su reencuentro aquí es una apoteósica explosión de sugerencias y sabores. Pura lección de sensibilidad y atractivo que incrementa el interés de una historia que bien podría no ser la suya (no a todo el mundo le interesan los matices y finuras del tuétano, o la pasión que le sirve él a ella como cena en unas ostras salpicadas con caviar), pero que se degusta con placer.
El progreso argumental no tiene prisa, como la cocina bien hecha, y se desarrolla entre auténticas comilonas: la primera, junto a unos cuantos amigos, es un prodigio gastronómico y de resistencia de los comensales; tampoco hay prisa en la comprensión exacta, íntima y plena de la relación entre la cocinera y el gourmet, o en el papel que juegan, tan sutil, los personajes de alrededor, como esa niña aprendiz con un talento natural para la cocina.
‘A fuego lento’ es una película hermosa, y triste, y alegre, muy recomendable para todo tipo de ojos y sensibilidades, aunque uno no sabría qué aconsejar sobre si es mejor ir a verla ya cenado o aún sin cenar.
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